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Interés General
La sociedad se desintegra cuando se pierde el bien
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Lunes, 7 de julio de 2008

Monseñor Andrés Stanovnik presidió la Misa del "Encuentro de las imágenes de la Virgen de Itatí y de la Virgen de Caá Cupé". La celebración se realizó tras una procesión en el Anfiteatro Cocomarola.

En su Homilía, el arzobispo de Corrientes señaló que la familia y la sociedad empiezan a desintegrarse cuando sus miembros "ya no viven motivados por el amor al prójimo, sino por ambiciones individuales o sectoriales en perjuicio del bien de todos".


Homilía completa:

1. Con honda emoción acompañamos el encuentro de las imágenes de la Virgen de Caá Cupé y de la Virgen de Itatí. María Santísima, bajo estas hermosas advocaciones, nos trae buenas noticias y reanima nuestra fe. Ella, abierta totalmente a Dios y a los hombres, reúne y protege bajo su manto a pueblos hermanos del Paraguay y de la Argentina. En ella nos reencontramos todos y con ella revivimos el proyecto eterno y amoroso que Dios sueña para todos los hombres: hacer que todos seamos una sola familia reunida en el amor. Por eso, sintiendo la tierna presencia de la Madre de Dios, recordemos el lema que nos motiva en este encuentro: “Con María de Caá Cupé, vivamos nuestra fe”.

2. De la mano de María se nos hace más fácil el camino hacia Dios y hacia el prójimo. Estos caminos no se pueden separar, van necesariamente juntos. “El que dice «amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (1Jn 4, 20). Contemplemos a María de Nazareth y aprendamos con ella cómo se hace para vivir “cara a Dios”, amando y cumpliendo su voluntad, y cómo se hace para vivir “cara a cara” con los demás, en el servicio, el respeto y el diálogo.

Recordemos, por ejemplo, cuando el Ángel, mensajero de Dios, le pide a María que sea la Madre de Dios, ella, sin poder entenderlo mucho, le dice con infinito amor que está dispuesta a hacer su voluntad y, sin demorarse, parte a ayudar a su prima Isabel en los quehaceres de la casa.

Elle se abre totalmente a Dios y al momento se pone toda al servicio del prójimo. Nuestra devoción a la Virgen debe llevarnos amar más a Dios y, al mismo tiempo, cumplir con mayor responsabilidad nuestros deberes en la familia y en la sociedad.

3. La familia y la sociedad empiezan a desintegrarse cuando sus miembros pierden de vista el bien de todos, es decir, cuando ya no viven motivados por el amor al prójimo, sino por ambiciones individuales o sectoriales en perjuicio del bien de todos.

¡Cuánto nos cuesta caminar juntos y compartir solidariamente lo que somos y tenemos! ¡Con qué facilidad nos confundimos y creemos que es realidad lo que es mera ilusión! ¡Cuántas discusiones inútiles y sufrimientos innecesarios crean la ambición desmedida y la falta de amor al prójimo! Necesitamos volver a Dios para reencontrarnos con nosotros mismos y con los demás.

4. Estamos aquí porque nos sentimos impulsados por el Espíritu Santo y queremos abrirle nuestro corazón como lo hizo María. A ella le pedimos que nos mire con ojos de misericordia y nos conceda un gran amor a su Divino Hijo, como le rezamos a nuestra Tupasy Itatí. Con la ayuda de ella queremos abrir nuestros oídos y nuestro corazón a la palabra de Dios que hoy nos habla de la verdadera sabiduría de la vida. Sabiduría que no la pueden tener los que se la dan de “sabios y prudentes”, es decir, los que se dejan confundir por la soberbia y el orgullo.

La verdadera sabiduría se revela a los humildes y sencillos, es decir a los pequeños, dice Jesús en el Evangelio de hoy. Esa sabiduría se aprende aceptando la invitación que Jesús nos hace de caminar con él: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”.

5. “Vengan a mí”, dice Jesús. Él nos invita a caminar con él, a conocerlo y a entrar en amistad con él. Pero, ¿cuáles son las condiciones que Jesús nos pone para andar con él? Escuchemos lo que él mismo nos dice: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”.

Ante todo nos dice: “carguen sobre ustedes mi yugo”. ¿A qué yugo se refiere? Aunque nos parezca extraño, él se refiere al yugo de la cruz. Pero enseguida añade, “aprendan de mí”, es decir, no se trata simplemente de cargar la cruz, sino aprender a llevarla con él, a compartirla con él.

Ahí está el secreto de la fe y el amor, que hacen suave y liviana la carga de todos los días. Cuando la cruz es vivida con fe y amor, se convierte en una carga llevadera. Pero si la cruz va desprovista de fe y de amor, se hace una carga insoportable.

6. Ahora podemos preguntarnos qué quiere decir Jesús cuando nos invita a tomar la cruz cada día. Compartir la cruz de Jesús, es cumplir con el mandamiento del amor al prójimo, con nuestras obligaciones familiares, laborales y ciudadanas, esforzándonos por ser fieles y responsables en nuestras tareas. Y nos recuerda que esa carga cotidiana se hace suave y liviana si la llevamos muy unidos a él, como lo hizo María. Así, el Amor a Dios y el profundo deseo de cumplir su voluntad, nos da fuerza para vivir el amor al prójimo.

7. La Santísima Cruz de los Milagros es un signo profundamente enraizado en nuestra memoria y de alto contenido significativo. Es la cruz de Jesús, aquella que estamos invitados a abrazar y que al abrazarla con fe y amor, se convierte en yugo suave y liviano, porque nos abre el camino al encuentro con Dios y con nuestro prójimo, sin excluir a nadie; nos dispone para el diálogo abierto y sincero; nos ilumina la mente y nos abre horizontes para ver el bien de todos; nos anima a construir una nación libre de odios y rencores, fundada en la verdad y la justicia; y sobre todo, animada por un profundo deseo de reconciliación y de perdón.

La Cruz de los Milagros nos revela la verdadera sabiduría de Dios, esa que obra el milagro del amor entre los pueblos, que construye la unidad en la riqueza de la diversidad, que nos hace vivir la amistad social y “la esperanza que no defrauda”.

Ante las hermosas imágenes de la Virgen de Caá Cupé y de María de Itatí, que nos hacen sentir pueblos hermanos e hijos de una misma madre, imploramos juntos a María Santísima, que nos alcance “un corazón puro, humilde y prudente, paciencia en la vida, fortaleza en las tentaciones y consuelo en la muerte”. Amén.


Lunes, 7 de julio de 2008

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