Por Alberto Dearriba
El ex presidente Néstor Kirchner cumpliría hoy 61 años si la muerte no se lo hubiera llevado tan presurosa e inesperadamente como llegó al poder y estaría a punto de estrenar una nueva candidatura para suceder a su compañera de siempre en la Casa Rosada, con el único objetivo de profundizar lo que él llamó “el modelo de producción, con trabajo e inclusión social”.
No hay duda que la política argentina extraña sobremanera a un animal político de estilo confrontativo y vocación de cambio reparador, no sólo porque desapareció el líder del partido de gobierno, sino también el “demonio” que constituyó a la oposición de centro derecha con el único argumento de borrarlo del mapa nacional.
En su sexagésimo primer aniversario Kirchner estaría siguiendo minuciosamente las alternativas de la causa judicial por el asesinato del joven del Partido Obrero acribillado en Barracas; un hecho que lo conmovió en las últimas horas de su vida.
Al brindar en Calafate, seguramente celebraría las últimas cifras de crecimiento económico y de desempleo, que llevó la tasa a los guarismos anteriores a la crisis internacional del 2009. Pero seguramente andaría obsesivamente desvelado por las elecciones de octubre.
El seguimiento de la gestión gubernamental no le impediría despuntar su pasión por la construcción política, en un momento en que el oficialismo necesita llegar como mínimo a un 40 por ciento de los votos o, mejor todavía, al 45 por ciento que clausuraría los riesgos de una segunda vuelta.
Si Kirchner viviera, estaría obviamente ordenando el tablero en la Provincia de Buenos Aires, donde varios intendentes siguen rumiando su bronca por la autorización al ex intendente de Morón, Martín Sabbatella, para apoyar la candidatura oficialista con una lista colectora, pero con su propia postulación a gobernador.
El ex presidente sentía una especial simpatía por ese joven que se abrió camino solo en la jungla bonaerense a tal punto que le dispensó un sonoro aplauso la primera vez que habló en la Cámara de Diputados para tomar distancia del Grupo A.
Por estos días, el hiperactivo y desgarbado ex presidente andaría metiendo sus narices en el cronograma de sucesivas elecciones que se largará en 20 días en Catamarca.
En este día especial, Cristina extrañará a su compañero no sólo en el plano afectivo, sino en el rol del socio político que se encargaba de arreglar los entuertos del armado electoral.
Si la muerte no hubiera dejado inconcluso su mandato como diputado nacional, seguramente padecería como el retorno a clases de los chicos, la obligación de ocupar su banca a partir del 1 de marzo próximo. Ese día escucharía con atención el discurso sin machete de su compañera, al inaugurar el período ordinario de sesiones.
Y hasta cruzaría una mirada cómplice con la Presidenta -como lo hizo antes- cuando ella lanzara uno de sus habituales dardos contra los opositores.
Pero después vendrían las tediosas peroratas de las sesiones que nunca toleró. Prefería el barro de las campañas políticas y el contacto con la gente del pueblo, a los rituales de la democracia, las formalidades y las alfombras del poder.
El día del cumpleaños de su compañero, Cristina se prepara para ocupar su lugar en la porfía electoral. Pensará una vez más que si Néstor no hubiera sido tan cabeza dura, si se hubiera cuidado un poco más, tal vez podría haber asumido él la nueva candidatura.
Ahora ella no tiene chances de volver al llano, o a una banca de legisladora.
Para los argentinos en general, el cumpleaños de Kirchner no hace más que poner de relieve el vacío enorme que dejó su desaparición. Para sus seguidores, se hace patente además que la idea de una alternancia más allá del 2015, debe ser repensada.
El kirchnerismo tiene por ahora el tiempo institucional de una reelección de Cristina. Y es difícil encontrar luego un sucesor que encarne cabalmente las ideas de ese santacruceño peleador, que hoy cumpliría 61 años y que agradeció reiteradamente el hecho de que los argentinos le hubieran permitido ser Presidente.
Viernes, 25 de febrero de 2011