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Interés General
Se cumplen 34 años de la negra "Noche de los Lápices"
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Jueves, 16 de septiembre de 2010

Se conoce como Noche de los lápices a la desaparición y tortura, acaecida el 16 de septiembre de 1976 durante la dictadura conocida como Proceso de Reorganización Nacional en Argentina, de siete jóvenes estudiantes de entre 16 y 18 años, en su mayoría militantes o ex-militantes de la Unión Estudiantil Secundaria (UES), que demandaban en la ciudad de La Plata el Boleto Escolar Secundario (BES), que había sido suprimido por el gobierno militar. El testimonio de Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes, ha sido fundamental para la reconstrucción y denuncia de estos hechos.

Con el secuestro de ocho militantes secundarios el viernes 16 de septiembre de 1976 comenzó uno de los crímenes que se convertiría en símbolo de la dictadura militar. Al rapto siguió la muerte de seis de ellos. Ahora, a tres décadas del funesto episodio, se recordará a los desaparecidos con una gran cantidad de actos.

En la noche del viernes 16 de septiembre de 1976, ocho militantes estudiantiles secundarios de La Plata fueron secuestrados de sus casas paternas por grupos de tareas, lo que dio inicio a uno de los crímenes emblemáticos del terrorismo de Estado argentino: la Noche de los Lápices.

Torturados durante meses antes de hacer desaparecer a seis de ellos, el cruel episodio será evocado a treinta años de ocurrido por una gran cantidad de actos, recordaciones escolares y manifestaciones.

Estos incluirán, por primera vez, el homenaje de un Presidente y su esposa cuyas carreras universitarias cursaron precisamente en aquella ciudad.

El aniversario redondo encuentra también al ex comisario Miguel Etchecolatz, principal responsable vivo de esos crímenes, esperando sentencia tras un nuevo juicio y ya preso en una cárcel común, lo que reabre –aunque tardía- la esperanza de justicia.

Arrancados de sus camas con la promesa de que serían devueltos en pocas horas, los chicos de La Noche de los Lápices pasaron por un calvario antes de pasar a integrar la nómina de 232 adolescentes desaparecidos en el país.

Llevados al destacamento policial de Arana, convertido en un depósito de presos “por izquierda”, fueron torturados de todas las maneras posibles durante días para sacarles nombres de otros activistas.

Militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), la organización estudiantil de masas creada por el peronismo revolucionario, para los represores no había demasiadas distinciones entre ellos y guerrilleros.

Exponentes genuinos de una generación ansiosa de cambios sociales y políticos que irrumpió en la política con el regreso de Perón al país, en 1972, todos hacían trabajos voluntarios de apoyo escolar, sanitario y jurídico en barrios pobres y habían participado en 1975 de las movilizaciones por el boleto estudiantil secundario (BES).

Acaso con los destinos marcados de antemano, siete de esos pibes fueron trasladados al Pozo de Banfield, de donde sólo uno, Pablo Díaz, salió vivo para contarlo.

El gobierno bonaerense dispuso día atrás la transformación de esas antiguas instalaciones cercanas al Camino Negro en un museo de la memoria.

Otros fueron a parar al Pozo de Quilmes, donde al cabo de varios meses fueron “blanqueados” y permanecieron presos hasta cuatro años a disposición del Poder Ejecutivo sin que se les sustanciara proceso ni acusación formal alguna.

La noticia del secuestro de adolescentes sacudió en su momento a la capital bonaerense, una ciudad orgullosa de su tradición cultural y educativa donde los juzgados comenzaban a llenarse en esos días con unos 2500 pedidos de hábeas corpus.

La mayoría de esos trámites debieron ser presentados por los propios familiares luego de que el secuestro de los abogados radicales Sergio Karakachof y Domingo Teruggi, en la misma semana que La Noche de los Lápices, denotara la transversalidad del terror.

Fue como un rayo y nos llenó de espanto por la edad de los chicos”, recordó a Télam la también platense Hebe de Bonafini, “porque algunos eran de familias muy conocidas de la ciudad, como Claudia Falcone. Su papá, un hombre recto y extraordinaria persona, había sido intendente peronista y luego fue secuestrado en la búsqueda ”, evocó.

Hubo que esperar la restauración democrática para que el impresionante caso se hiciera universalmente conocido cuando los periodistas María Seoane y Héctor Ruiz Nuñez reconstruyeron paso a paso el testimonio de Díaz, que en el juicio a los comandantes de 1985 se puso la historia al hombro.

Entonces militante guevarista, Díaz cree aun hoy que la razzia contra la izquierda peronista correspondió a un plan perfectamente estructurado por el jefe de policía bonaerense, Ramón Camps, para desarticular lo que en los documentos castrenses se había definido como el “semillero subversivo”.
Hubo incluso especulaciones de que la fecha elegida correspondía al aniversario de la llamada Revolución Libertadora, que 21 años antes había depuesto al gobierno constitucional peronista.

Por curioso que resulte, se trata de un tema controvertido ya que otros sobrevivientes, como Gustavo Calotti y Emilce Moler –que militaban junto al grupo y compartieron jornadas de cautiverio clandestino-, creen que la idea de una sola noche en vez de un largo operativo “es sólo un recorte mediático” de la realidad”.

La historia canónica de La Noche contada por Díaz fue llevada al cine con todo su aliento dramático por Héctor Olivera, y batió récord de espectadores en las salas en 1987, el año que la presión militar se encendió en dos alzamientos liderados por los carapintadas de Aldo Rico.

Cuando a fines de setiembre de 1988 fue emitida por Canal 9 con recortes, para no irritar la sensibilidad militar antes que la de un público ávido, el rating rozó los 50 puntos y según reconoció después el general Caridi estuvo a punto de encender la tercera chirinada.

El espeluznante relato visual recorría con mirada naturalista la galería de tormentos que atravesaron esos chicos hasta creer que la muerte era un final deseable: picana eléctrica, hambre, desnudez, violaciones, capuchas, simulacros de fusilamientos, convivencia con moribundos, obligación de atender a parturientas, incertidumbre ante cada traslado y certezas de adioses definitivos.

“En Banfield ellos me gritaban que no los olvide, y que los recuerde siempre. Como sobreviviente, yo respondo a eso”, dijo a Télam Díaz, hoy un exitoso empresario energético.

Casi ceñida a la lucha por el boleto estudiantil, la historia del esos chicos castigados de manera salvaje, no tardó en instalarse así como un símbolo de los crímenes de la dictadura, que en ese entonces recién empezaban a destaparse.

“Fue una forma eficaz de enterarse, sobre todo en aquel momento de fuerte presión militar por los juzgamientos”, estimó el historiador Federico Lorenz, que durante una década organizó exhibiciones y charlas en escuelas secundarias de todo el país.

“Hoy sabemos que el relato de pibes no subversivos fue una gran simplificación, pero en aquel momento ocupaba el espacio de lo posible. La realidad es que los levantaban porque eran activistas que habían luchado por el boleto y tras el golpe seguían militando”, añadió.

La teoría de la versión descafeinada fue aceptada por el mismo Díaz, quien contó a Télam que para escribir el guión de la película “se decidió que lo importante era reconstruir valores”, de modo de evitar que la misma sociedad que hasta hace poco antes decía “por algo será” aceptara ahora sin complejos el relato de los hechos.

EL RELATO DEL RELATOR DE AQUELLA NOCHE

"Me gritaban que no los olvide", recordó Pablo Díaz
Tuvo un salvoconducto que lo salvó de la muerte. Hoy, a treinta años, dice que se convirtió en el difusor de aquella trágica jornada porque fue y es un mandato. “Yo respondo por mi juramento, que está basado en los últimos minutos de convivencia. Como sobreviviente respondo a eso”, le contó a Télam.

“Yo respondo por mi juramento, que está basado en los últimos minutos de convivencia. Ellos me gritaban que no los olvide y que los recuerde siempre. Como sobreviviente respondo a eso”, dice Pablo Díaz, el gran “relator” de La Noche de los Lápices.

Detenido el día de la primavera de 1976, cinco días más tarde que el resto de sus compañeros, asegura que su rol, ese que cumplió durante el juicio a los comandantes de 1985 y luego, durante años recorriendo colegios para comentar la película, poniéndose frente a micrófonos y cámaras, y volviendo a testimonial en tribunales, “es un mandato”.

“Soy el único que salió con vida del Pozo de Banfield, el único que estaba con ellos cuando me dijeron que tenía un salvoconducto que me salvaba de la ejecución y que me trasladaban bajo la amenaza de no contar nunca lo que había vivido, de lo que había sido testigo. Sólo ellos me gritaban que no los olvide y que los recuerde siempre”, repite.

Su relato se amolda entonces al de un tipo que dice que lo suyo durante noventa días fue “esperar el traslado final”, igual que los seis pibes que se llevaron la peor parte: “en Banfield estábamos condenados a morir”.

Díaz, que hoy a los 48 años es un exitoso empresario del área energética, replica también con algún enojo cuando se le insinúa “arbitrariedad” en el recorte de su relato.

“El operativo de La Noche de los Lápices fue un secuestro planeado y sistemático de estudiantes secundarios, relacionados con un hecho justificado para ellos: anular una potencial resistencia al proyecto adulto o político a implementar”.
¿Porqué un operativo contra los secundarios y no contra militantes en un sentido genérico?

El documento elaborado en la jefatura de policía decía textualmente que había que eliminar el semillero subversivo. El operativo partió de suponer la desarticulación política y militar de las organizaciones guerrilleras, y de los sectores universitario o barrial, de modo que buscaban la desarticulación de los secundarios. Todo hace pensar que ese operativo empezó por agosto y terminó sobre fines de noviembre.

¿Se simplificó el relato para que hubiera poca militancia y hacerla una historia “posible" en los 80?

Si, a la distancia es así. Yo recuerdo que cuando trabajamos en el guión de la película había un marcado miedo de que la gente nos viera culpables por haber militado en una organización política, algo que hoy es parte de la normalidad democrática. Pero en ese momento trabajábamos contra prejuicios fuertes como el “por algo será”. Allí razonamos que lo importante era reconstruir valores, porque ninguna sociedad admite fácilmente las cosas que dejó pasar aunque luego le horroricen.

Y hoy, treinta años después, cómo es la memoria de "La noche.."?
La Noche de los Lápices será la historia de todos los sobrevivientes secundarios reprimidos en la dictadura, será la historia de todos los estudiantes secundarios reprimidos hoy, será la historia que querran que sea los secundarios de mañana.
Pero también hay una historia que no podrá ser contada por ellos, los noventa días de soledad, de amor, de compañerismo de despedida y de muerte. Sólo de ahí, y de ningún lado más, yo soy el sobreviviente.


Jueves, 16 de septiembre de 2010

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