Por Nicolás O. Toledo (Secretario de Prensa de ATE)
Las fábulas son narraciones por lo general breves en las que, a continuación del final de la historia – pero no inserta en ella- el autor dejaba una enseñanza moral, una moraleja. En la fábula que el gobierno de Corrientes viene construyendo desde el inicio de su gestión, las desgracias que ocurren en el ámbito de su competencia (salud, educación, seguridad, y todo el largo etcétera que comprende la tarea de gobierno) son la consecuencia de omisiones, negligencias, especulaciones y turbias operaciones políticas, cuando no de la simple y lisa perversidad.
En ese entendimiento de las cosas, la desnutrición es únicamente un problema causado por la falta de cultura de las familias que la padecen, un caso de violencia contra la mujer que desemboca en crimen es apenas una cuestión doméstica (en la que no tiene injerencia, ni siquiera por descuido, el aparato policial del Estado), una ablación realizada sin consentimiento es nada más que una maniobra de los deudos para sacar unos pesos.
Esa es la moraleja.
Pero un nuevo capítulo se añadió por estos días al relato del gobierno. El ministro de Salud de la provincia, Julián Dindart (propietario intelectual de los dislates mencionados sobre la desnutrición y la dudosa extracción de órganos), fiel a su costumbre de apagar incendios con bidones de nafta, ante sendos embarazos en niñas de 10 y 12 años, declaró que “algunas se embarazan hasta porque tienen un recurso económico como premio...” y que “"muchos padres no se hacen responsables de sus hijos".
No es momento de caer en el recurso fácil de la indignación o el rasgado de vestiduras ante las estúpidas e inhumanas declaraciones del funcionario. No lo es, porque en realidad no se trató de un exabrupto emitido en un mal momento o desnuda subrepticiamente algo hasta ahí ignorado por todos.
En realidad, las palabras de Dindart se inscriben en las páginas centrales del discurso contenido en el Libro del Buen Funcionario Leal que el gobierno impone como condición sine qua non para pertenecer a su organigrama. Ese discurso está encaminado a la supresión de la entidad del reclamo ciudadano, cuando no a la descalificación de quien lo profiere.
De ese modo se anula al otro, se lo coloca en el terreno de la falta de autoridad moral necesaria para considerarlo parte de una sociedad proba, en la que los funcionarios son referentes y guías. Entonces, la lectura hegemónica es que el abandono del gobierno se legitima por la falta de responsabilidad, de discernimiento, por la inconducta de aquellos que son afectados por este abandono, llámense madres niñas, presos o trabajadores en busca de retribuciones y condiciones laborales dignas.
Esta manipulación, entendida como eje ideológico estratégico, tiene ciertas aristas de contacto con el concepto inmortalizado por Videla sobre el desaparecido, en el sentido de que no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido. Y sepultar la capacidad de una persona de convertirse en parte social desde el reclamo, desde la exposición de sus problemáticas y necesidades, es una forma, un tanto más discreta, de condenarla a la desaparición.
Una apostilla por completo inconexa del cuerpo central de esta nota- pero que complementa su introducción-, me viene a la cabeza al acercarme al punto final: las fábulas más célebres (La zorra y las uvas, La cigarra y la hormiga y tantas más) están protagonizadas por animales. Atendiendo a las frases escupidas impúdicamente desde el poder, sin filtros ni atenuantes, la conclusión general es que podrían encuadrar a la perfección en cualquiera de ellas.
Nicolás O. Toledo
Secretario de Prensa de la Asociación Trabajadores del Estado
Miércoles, 21 de marzo de 2012