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Interés General
El Miriñay sin agua
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Sábado, 24 de enero de 2009

Con la sequía que aqueja nuestra zona desde fines del año pasado, el río Miriñay se cortó en varias partes, y su lecho está seco por centenares de metros en varios puntos. Fui advertido de esto por expresiones de productores preocupados no sólo por la falta de agua, sino también de pasto, ya que los bañados siempre húmedos del Miriñay son una reserva de pastos en épocas críticas. Pero hoy, hasta la humedad de los bañados está comprometida.

Para comprobarlo me acerqué hasta el Paso Rosario, donde la ruta 123 cruza el Miriñay entre Mercedes y Paso de los Libres. Cualquiera puede hacerlo, y encontrarse con un puente sobre piedras secas y una galería de árboles que se recuesta sobre una avenida de rocas al descubierto. El panorama resulta desolador. En los pocos charcos con agua, ya casi no sobreviven peces debido a la falta de oxígeno. Cigüeñas y jotes se hacen cargo de los más grandes, mientras que las espátulas mordisquean con su pico chato a los más pequeños.

Me pregunté ¿Es todo esto consecuencia única y directa de la sequía? Consulté a algunos expertos, como el Director del CECOAL (Centro de Ecología Aplicada del Litoral) y también a los más viejos productores, quienes jamás habían visto el río en estas condiciones. Las respuestas enfatizaron la existencia de no menos de 5 importantes bombas que extraen agua sobre el mismo río Miriñay, para regar unas cuantas miles de hectáreas de cultivos de arroz. En pleno verano, el cultivo requiere crecer, florecer y generar el grano de arroz, con una demanda enorme de agua.

Uno de los puntos de toma sobre el Miriñay, incluso, pareciera capaz de desviar la escasa agua que logra descender desde los esteros ubicados inmediatamente al norte, a un reservorio paralelo compacto y encajonado, y de allí succionarla con mayor eficiencia.

El agua que llega no sigue, sino que se distribuye a los plantíos. Muchos piensan que, en estas condiciones, será muy difícil que el río se recupere este verano. Mientras tanto, algunos productores de vacas y ovejas han denunciado que sus animales cruzan el lecho seco del río, mezclándose con los rodeos de campos vecinos, e incluso visitando las verdísimas arroceras, generando problemas para todos.

Es claro que ni arroceros ni ganaderos tienen intención de que estas cosas sucedan. En estas circunstancias es donde se nota la ausencia de una autoridad reguladora del uso de las aguas, que evalúe las capacidades disponibles y ejerza el suficiente control sobre el acceso a este recurso. ¿Estarán todas estas tomas de agua debidamente autorizadas? y si lo están…

¿Habrán sido convenientemente evaluadas, y más tarde, monitoreadas?Circunstancias como estas invitan a reflexionar acerca de la profundidad, o liviandad, con la que se está discutiendo en Corrientes el destino productivo de buena parte de sus tierras, y en particular de sus bosques nativos.

Recientes declaraciones de un alto funcionario del gobierno provincial dan cuenta de un “plan de ordenamiento” que admitiría el desmonte de casi 400 mil hectáreas (¡la mitad de los bosques de la Provincia!). Estas parecen cifras escapadas de épocas en que imperaba la inconciencia acerca de los problemas ambientales y sus implicancias.

No me refiero a “pajaritos y mariposas”, sino a la severidad que la naturaleza demuestra al devolver los golpes.

En diciembre de 2008 la revista científica Ecología Austral reunió a científicos independientes de prestigiosas universidades, en áreas de agronomía, física, química. En su artículo acerca de las implicancias del cambio del uso de la tierra en la llanura Chaco-Pampeana, el Dr. Esteban Jobbágy y colaboradores de la Universidad Nacional de San Luis, señalan que los desmontes en el Espinal (el tipo de monte que ocupa la mayor fracción boscosa correntina) estarían elevando las capas salitrosas yacientes varios metros bajo tierra, acercándolas progresivamente a la superficie a razón de pocos milímetros por año.

Es que los montes, con raíces profundas y muy ramificadas, no dejan que el agua llegue tan abajo. Pero los cultivos sólo son capaces de captar una pequeña fracción de las lluvias. Entonces, el agua que logra descender “despierta” a las sales que comienzan a migrar lentamente hacia arriba.

En algunos años estas llegan masivamente a la superficie, incluso modificando la condición del agua disponible para bebida, como sucedió a unas 6 millones de hectáreas de Australia y la región del Sahel (África).

El gobierno también promueve el reemplazo de pastizales naturales por masas forestales uniformes y monoespecíficas de pinos y eucaliptus, con consecuencias también insospechadas sobre la dinámica de aguas y sales del sustrato. Al igual que en el caso anterior, las respuestas a estos cambios en el uso de la tierra no siguen pulsos anuales, sino que se expresan algunos años después, y pueden culminar en una simple pero irremediable crisis.

Con estos esquemas de reemplazo del paisaje original, lo que también va quedando fuera del juego es la ganadería de pastizales naturales. Una actividad que, sin embargo, debiera ser vista con ojos estratégicos, pues el reconocimiento de su calidad es creciente a nivel mundial, pero los sitios donde aun puede practicarse sobre pastizales en buena condición son cada vez más escasos. Corrientes es un lugar de privilegio.

Pero contrariamente la ganadería parece ser castigada por la falta de estímulos oficiales y objeto de muy pocos aportes tecnológicos. Expertos como el Doctor Carlos Nabinger de la Universidad de Río Grande do Sul, demuestran, apoyados en datos científicos, que sus índices de producción pueden ser aumentados varias veces, manteniendo la reserva de pastos nativos y sin perder las funciones básicas del ecosistema.

Con este tipo de decisiones en manos de productores locales y con gobiernos que hicieran lo posible por acompañarlos, logrando que cada kilo de carne producida en forma sustentable valga más, la historia sería bien diferente. Y seguramente los hijos de productores del Miriñay, ojalá varios de ellos también productores en el futuro, tendrían nuevas oportunidades de producir junto a un río vivo, del cual servirse convenientemente.

Por Aníbal F. Parera (Biólogo)
afparera@gmail.com


Sábado, 24 de enero de 2009

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