Río de Janeiro (28-6-20): En los últimos días el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro cambió radicalmente de conducta. Bajó de manera sensible el tono agresivo con que se dirigía al Congreso y al Supremo Tribunal Federal y dejó de participar de manifestaciones callejeras anti-democráticas que piden la intervención militar. Al contrario de lo que venía impulsando – una ruptura con los demás poderes constitucionales –, pasó a defender “un clima de entendimiento” con el Congreso y la corte suprema.
Por Eric Nepomuceno
Hasta su expresión facial pasó por una transformación evidente: la mirada cargada de odio y las mandíbulas siempre en tensión máxima se transformaron en ojos asustados, y todo el rostro se ve muy demarcado.
Ese cambio, en todo caso, no se debe a un súbito brote de sensatez o a la eficacia de supuestos consejos del ala militar que impregna su gobierno. Tampoco se debe al escenario desolador de la pandemia que avanza descontrolada sin que el gobierno salga de su inercia: lo que se avista es el crecimiento de la curva ascendente de infectados y de víctimas fatales, frente a la indiferencia presidencial.
No, no: el cambio se debe al temor provocado por la detención, al amanecer del jueves 18 de junio, del ex policial militar Fabricio Queiroz. Con eso, la vulnerabilidad del clan presidencial, con destaque para el senador Flavio Bolsonaro, su hijo mayor, aumentó de manera exponencial.
Amigo de Jair Bolsonaro desde hace 36 años, Queiroz, además dechofer y escolta, era una especie de operador financiero del clan. Además, es muy cercano a las “milicias”, bandos de sicarios que controlan vastas áreas de la región urbana de Rio de Janeiro. Manejaba volúmenes de dinero absolutamente incompatibles con sus ingresos, desviando fondos públicos a lo largo de los años en que fue “asesor especial” del entonces diputado provincial y actual senador, Flavio. Si cuenta la décima parte de lo que sabe, provocará un cataclismo devastador para el clan.
Para enturbiar aún más el panorama, Queiroz fue detenido en un rancho de propiedad de Frederick Wasseff, quien hasta el pasado viernes era abogado de Bolsonaro y sus tres hijos que actúan en política.
Wasseff es una bomba de altísimo efecto, y que no se dejará controlar. Si cuenta la vigésima parte de lo que sabe, será fatal.
La raíz principal del brusco cambio de ruta exhibido por Bolsolnaro, que de enfrentamiento con el Poder Judicial pasó a ser la búsqueda por entendimiento, reside en el altísimo peligro de que su hijo Flavio sea el primero del núcleo familiar a ser conducido a los tribunales y en seguida, a las mazmorras.
El país acompaña, con ansiedad y aprehensión, el cerco que se cierra sobre los Bolsonaro. Y mientras esa trama avanza, los brasileños contemplan la destrucción del país, que se derrite como una piedra de hielo olvidada una mañana en la vereda.
La pandemia amenaza ferozmente con diezmar parte substancial de lo que queda de los pueblos originarios. Madereros y mineros ilegales amplían su actuación devastadora en territorios que son legalmente reservas indígenas frente a la inercia (cuando no el incentivo apenas disfrazado) del gobierno nacional, contaminando sus habitantes.
La destrucción de la floresta amazónica avanza y ya alcanzó, desde la llegada de Bolsonaro al poder, una extensión sin precedentes en los últimos veinte años. También en ese caso, frente a la inercia y al silencio cómplice del gobierno que en ningún momento reprimió sus impulsos destinados a “flexibilizar” el control ambiental.
La suma de todo eso – la profunda crisis política, la expansión descontrolada del covid-19, la amenaza de un genocidio trágico de indígenas, la inexistencia de un programa mínimamente viable para enfrentar la tremenda crisis económica y social que se avecina, un gobierno totalmente sin norte, encabezado por un desequilibrado sin remedio – empieza a tener efectos drásticos en la comunidad internacional.
El primer y más visible resultado se observa en el cambio: dólar y euro experimentaron valorizaciones muy fuertes en lo que va del año, por encima del 32 por ciento desde febrero. Pero hay otros indicadores especialmente preocupantes: si en abril de 2019 el flujo de inversiones extranjeras en actividades productivas fue de cinco mil cien millones de dólares, el pasado abril llegaron escasos 234 millones al país.
Fondos que controlan casi cuatro billones de dólares ya advirtieron que no pondrán un centavo en el país mientras el escenario no cambie. Y aumentan mucho en Europa las presiones para que se suspendan importaciones agrícolas de Brasil mientras el cuadro permanezca como está.
Entre enero y mayo salieron de Brasil con distintos destinos 30 mil millones de dólares en instrumentos financieros, sobre todo de la Bolsa de Valores.
Mientras, Bolsonaro exhibe una mirada de profunda preocupación. Pero no por lo que le pasa al país, sino por lo que podrá ocurrirle a él y a sus hijos, cuando llegue la hora de responder ante la Justicia.
Domingo, 28 de junio de 2020