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Opinion: independencia y justicia social
Serás lo que debas ser
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Sábado, 26 de septiembre de 2009

Por Jorge Devincenzi
Si el peronismo original quedó como huella profunda e indeleble en la constitución de la condición argentina, es porque, entroncado con la historia real del país, incluyó a quienes habían quedado excluidos de su conformación. Tarea imposible sin plantear también la independencia del poder imperial.


El modelo de los Estados-nación creado en Europa se extendió por todo el mundo a medida que la burguesía ejercía su voluntad de dominio universal del que la conquista de América fue un punto de inflexión. Pero lo cierto es que los Estados americanos se conformaron como una necesidad de la expansión de los imperios europeos y no como una propia creación de los intereses y voluntad colectiva de los americanos. Esta conformación, en la medida en que respondía a intereses foráneos, solo incluyó en la condición de verdaderos ciudadanos a quienes aceptaron esa relación de dominio. Esa es la Patria que añoraba Biolcati en su discurso en la Rural: Patria para pocos, Patria para ellos, pero ese ellos incluye más de los que imaginamos.
Mentalidad colonial

El peronismo, hecho maldito del país burgués, actuó entonces como un doble revulsivo porque respondía a una doble necesidad nacional largamente postergada: incluir a los excluidos (aspecto que tiene hoy una connotación dramática), e independizarse del pensamiento, la conformación institucional y los lazos económicos hechos a medida de Europa. No es casual, entonces, que la misma incomprensión que presenta un europeo frente al hecho histórico peronista, se duplique con cierta izquierda o cierto progresismo con sede en el país, tributarios, acaso sin querer, del pensamiento eurocéntrico. Entre muchos ejemplos disponibles, cuando Vilma Ripoll apoya a los empresarios sojeros, está defendiendo el modo de producción imperial, el que, sin detenerse en fronteras nacionales o legislaciones incompatibles, está ejecutando un plan de saqueo de minerales en la frontera argentino-chilena; de producción celulósica a la vera de los ríos de la cuenca amazónica; y de cereales y oleaginosas transgénicas en la pampa húmeda y el monte chaqueño.

Todo a gran escala, porque el imperativo tecnológico ha multiplicado la depredación.

Y en la década de los 90, las constituciones nacionales (esto es, la voluntad de los constituyentes, no una obra del Cielo) aceptaron pasivamente la primacía de los tratados bilaterales de protección de inversiones sobre las leyes internas; y de los tribunales que se señalaban en esos tratados como el ámbito natural de discusión. Es por eso que el juez Thomas Griesa de Nueva York está defendiendo a las ex – AFJP y puede fallar contra el país y su condena ser inapelable. Y no habrá viveza criolla capaz de convertirla en letra muerta.

La realidad tiene sus claroscuros. Cuando se aceptó esta manera de subordinar todavía más a la Argentina frente a los intereses externos, no se lo hizo con argumentos que pudieran alertar a la aletargada opinión pública sobre su peligro, sino con distintas cortinas de humo, como por ejemplo, los convenios internacionales sobre tortura y defensa de la niñez, que también tienen primacía no solo sobre las leyes internas sino también sobre la misma Constitución Nacional.

Si aceptamos que la Declaración Universal de los Derechos del Niño prima sobre la Constitución, ¿por qué no aceptar también que prime un Tratado de Libre Comercio, que es lo que realmente importa?

Y lo sostengo porque el Libre Comercio es realmente existente, pero los derechos del niño son conculcados universalmente por aplicación del Libre Comercio, pero eso hay que probarlo en sede judicial. La libertad de comercio, no.
El mundo patas para arriba

Hay una evidente inversión de valores en estas cuestiones. La libertad de comercio pasa por libertad de expresión y de prensa; la libertad de trabajo se subordina a la de libre tránsito; los derechos de ciertas minorías tapan el hecho universal de la exclusión social, económica y cultural. Etcétera. El fondo de la cuestión quizás sea que hoy todos somos capitalistas, pero esa afirmación de ninguna manera puede ser un argumento para la derrota.

Estamos mucho peor que en las épocas de la plata de Potosí o el guano peruano en cuanto a saqueo exponencialmente potenciado, pero eso sí, el imperio nos ofrece inocentes “redes sociales” como el Facebook donde todos nos damos ánimo, simulamos valentía, señalamos “traidores”, sumamos “amigos” y reemplazamos con militancia virtual lo que debería ser, antes, ahora y mañana, organización social y política para derrotar al enemigo nacional.

Como somos todos capitalistas y nos creemos seres racionales, reconocemos en las “redes sociales” a una de las tantas necesidades artificiosas inventadas para crear una demanda igualmente artificiosa, pero de todos modos es imperioso estar en ellas para visibilizar, en un sentido voyeurista, una militancia en muchos casos inexistente. Entrando así, de lleno, en el terreno de lo ficcional.
Lo que queda afuera es la voluntad

Es cierto, como dicen algunos pensadores europeos que la realidad misma se ha hecho capitalista y no deja nada afuera. Otros, entretanto, aconsejan cambiar la lógica del enemigo por la del adversario. Y reivindican la contingencia frente al determinismo. Y (desde Europa) abominan de la necesidad de construir un sujeto político y social de cambio, proponiendo el contrapoder o formas nocturnas y anónimas de resistencia.

Las ideas son sumamente atractivas, pero peligrosas fuera de contexto. Lo peligroso es cumplir el mismo rol que el que tuvo el romanticismo en la Revolución Industrial, pero en lugar de referirse a la interioridad donde se sostienen la igualdad y la fraternidad que el modo de producción negaban, estaremos refugiándonos en los modos ficcionales de operar sobre lo real.

En tanto exista un imperio cuya existencia misma consiste en ser no dejándonos ser, la lógica del adversario (con el cual se puede consensuar todo) es equívoca. La más mínima dignidad, cualidad humana individual o colectiva, señalará como enemigo a quien nos impidiera ser. Si todos somos capitalistas, la libertad es un elemento fundante de la civilización occidental. ¿Acaso no se pregona la libertad de mercado? Pues uno quiere y exige otra clase de libertad.

Es cierto que no existe un verdadero dominio racional de lo posible aunque sí el de una posibilidad razonable, pero también es cierto que la transformación requiere a veces romper, forzar las barreras de lo razonable. Toda creación suele necesitar de ese forzamiento, y por eso más de una vez Perón se definió a sí mismo como un “artista”. Pues a eso se refería.
Contingencias

Todo dominio es siempre razonable en la medida en que construye su propia razón. Y la “posibilidad razonable” corre el riesgo de limitarse al pragmatismo, con lo cual la línea la marca el otro, el enemigo, que sí tiene su estrategia de largo plazo y su poder desplegados. Lo prueban los mencionados planes de saqueo, que se realizan sin prisa y sin pausa a pesar de los cambios institucionales, de las alianzas continentales y de la reconfiguración de los grupos concentrados de poder interno que se producen en nuestros países.

Lo prueba también, forzando un poco el sentido, el resultado electoral del 28 de junio, cuando más de un ingenuo creyó (o propuso, como por ejemplo el senador Calcagno en una reunión pública realizada en el PJ Capital con la presencia de los diputados Kunkel y Bernazza) que los superávits gemelos y las reservas en el Banco Central podían construir una épica de la victoria porque la realpolitik pareciera ser el gran descubrimiento de las nuevas formas políticas de la transformación.

“Solo hay mundo donde hay lenguaje”, me acotan acertadamente. No hay una lógica política subordinada a la de la economía, incluso aunque esa economía no sea específicamente neoliberal. Uno de los logros menos festejados del gobierno K ha sido precisamente ese.

Aunque hoy resulta arduo hablar de mayorías, y menos en nombre de mayorías, el peronismo original sigue siendo la referencia mas profunda del presente en términos de soberanía e independencia respecto de los centros imperiales. Y eso, aunque la amplia traición de los 90 (no imprevista, sino entroncada con otras menores que se fueron conformando con el tiempo) parezca ponerlo en duda. Dicen que hay muchos peronistas pero no hay peronismo. Es algo similar a lo que le sucedió a los federales derrotados en 1852. Todavía en la revolución radical de 1905 había viejos federales que reivindicaban un país o una épica inexistente, muerta. Este hecho sorprendía a escritores como Irazusta o Ibarguren, y no interesa aquí la postura que adoptaron con la restauración conservadora del 30. También Lugones reivindicaría al gaucho cuando este había desaparecido, tragado por el Progreso (de los remingtons).

Que sigan existiendo operaciones comerciales para la compraventa del PJ a buen precio, es de alguna manera una reivindicación por la negativa. El discurso del poder tradicional, por su parte, no ha resuelto satisfactoriamente la distancia entre libertad (1810) e independencia (1816), como si fuera cierto que existe una tradición liberal enfrentada con otra nacional, pero convergentes, en una ambigüedad que sugiere lo anti-democrático del peronismo. Lo ambiguo aparece por todos lados: cuando se explica que el peronismo fue “una revolución desde arriba”, uno queda con la sensación de que sigue sin entender qué fue eso.

Y todo pasa porque no hemos avanzado demasiado en la cuestión de ver y analizar la realidad desde lo situado. Seguimos pensando con categorías eurocéntricas, o imperiocéntricas. Desde el peronismo se puede enfrentar la dependencia de los centros imperiales de una sola manera: haciendo efectiva la Justicia Social.


Sábado, 26 de septiembre de 2009

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