En una sociedad aún jaqueada por el destino que por desgracia le tocó a un joven de apenas 17 años, hallado asesinado y enterrado en el fondo de la casa de su supuesto ultimador, en Santa Rosa hay una coincidencia generalizada de que el hecho fue el resultado del flagelo de la droga que hace por lo menos un lustro azota a la localidad del centro-oeste provincial.
Tanto funcionarios municipales, profesionales de la psicología, la gente común, y hasta el cura párroco, están “convencidos de que este hecho ocurrió por culpa de la droga”.
Santa Rosa, próspera comunidad distante unos 200 kilómetros al sureste de la capital provincial, es hoy un importante polo productivo en desarrollo que progresa gracias al funcionamiento de aserraderos y por la floricultura. Esta coyuntura, que significa la creciente ocupación de mano de obra de jóvenes lugareños, representó también la irrupción de la droga que, de a poco, se inmiscuyó muy fuerte sobre todo en la población juvenil.
En diálogo con La República, el párroco de Concepción, Rubén Barrios, fue terminante al definir el crimen de Ramiro Acevedo como un lamentable resultado de la droga. “Se han perdido los valores y no se respetan las reglas de juego”, sostuvo. También criticó la falta de una política de seguridad que, a su entender, no existe en la localidad porque allí “los jóvenes se drogan y nadie hizo nada para frenarlo”.
Ergo, y aun cuando el tema seguramente seguirá dando mucha tela para cortar, el religioso dijo que las cosas no se van a solucionar cambiando de comisario –sería relevado Bruno Meza y en su reemplazo volvería Ramón Vallejos, cuya vuelta es reclamada desde hace tiempo por el intendente municipal–. “Siempre los resortes más sensibles están en la Policía, pero la solución no es cambiar de comisario, porque el problema va a seguir”, dijo.
Para Barrios, hay “responsabilidad política” en esto del flagelo la droga, por cuanto, en el caso de Santa Rosa se adolece de una política integral y estructural que debiera venir del Estado provincial. “El arco de la dirigencia tiene la responsabilidad de solucionar estos temas, para eso fueron votados por el pueblo”, aseveró.
Sobre por qué Santa Rosa sería la más afectada por la droga y no otras localidades cercanas, como Tatacuá y Tabay, el párroco Barrios consideró que con la instalación de los aserraderos la localidad va creciendo, y cada vez llegan más foráneos. “Santa Rosa es una población cada vez más heterogénea, en cambio las otras localidades representan un mercado mucho más difícil de captar para quienes venden y distribuyen estupefacientes”, manifestó.
Comprometido no sólo a nivel religioso para contribuir en la vuelta de la paz y la armonía a Santa Rosa, el padre Barrios espera que este hecho no quede impune y se investigue hasta las últimas consecuencias. “El autor del crimen sabrá cuál fue el móvil, pero estoy convencido de que esto es resultado del flagelo de la droga”, reflexionó. Tras la charla con La República, el padre Barrios se dirigió a Santa Rosa para oficiar el responso del chico asesinado, y también para acompañar a los familiares en tan duro trance. “Garantizo el acompañamiento de la Iglesia con un gran respeto por la verdad, en busca de convivencia, paz y justicia”, concluyó.
Viernes, 2 de octubre de 2009