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Efemérides
A 41 años del hundimiento del Belgrano, y la desaparición de los libreños Restituto Ortíz y Mario Insaurralde
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Martes, 2 de mayo de 2023

(2-5-23): Rodolfo Sevilla fue uno de los tripulantes del crucero hundido tras el ataque de los ingleses que se cobró la vida de 323 hombres, la mitad de los caídos en la Guerra de Malvinas. En esta nota, el soldado comparte su experiencia. Vaya nuestro homenaje a los dos libreños que perdieron su vida en los mares del sur, Restituto Ortíz y Mario Insaurralde.

Por: Florencia Rodriguez florencia.rodriguez@elsol.com.ar

“Los días grises reavivan viejos recuerdos”. Con esta simple pero sentida frase Rodolfo Sevilla, uno de los sobrevivientes del hundimiento del Crucero A.R.A General Belgrano comenzó su testimonio sobre la experiencia que vivió en la Guerra de Malvinas. Este miércoles se conmemora el 32 aniversario de esta gesta.

El conflicto bélico, que se desarrolló entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1.982, se cobró la vida de 649 argentinos. La mitad de ellos murió en el naufragio del Belgrano que fue atacado por un submarino nuclear inglés fuera del área de exclusión dispuesta por Gran Bretaña, acontecimiento al que se le llamó “crimen de guerra” ya que el buque nacional se encontraba fuera de la zona que los ingleses habían declarado de forma unilateral “zona de combate”.

Ese domingo 2 de mayo, murieron 323 soldados que viajaban en el Belgrano cuando el submarino inglés disparó tres torpedos, dos de los cuales, impactaron en la embarcación provocando un incendio y el posterior hundimiento del crucero. Los hierros torcidos producto del ataque y el humo del incendio causaron las muertes de esas decenas de soldados que, en ese momento, se encontraban descansando con la tranquilidad de que navegaban fuera de área de combate. Los sobrevivientes entonces se embarcaron en una travesía con destino desconocido y se enfrentaron a la incertidumbre de si serían o no rescatados.

“Fue una situación muy difícil. Tenemos que agradecer a Dios que el incendio no alcanzó la mancha de petróleo que se dispersó en el mar y en donde estábamos navegando sino no se salvaba nadie”, expresó Rodolfo.

El Belgrano zarpó el 16 de abril de 1.982 hacia el sur. Su misión era custodiar el pasaje de Drake, el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida, entre el cabo de Hornos (Chile) y las islas Shetland del Sur (Antártida). “Inteligencia nos había brindado la información de que Chile había instalado en Punta Arenas un radar para pasar datos a Inglaterra sobre el despegue de nuestros aviones desde el continente”, explicó el ex combatiente.

Pero el sábado 1ero de mayo sería determinante. Ese día los marinos reciben la orden de ingresar a la zona de exclusión para interceptar un apoyo logístico que venía desde Georgia, pero, al acercarse al lugar, la flota se percató de la presencia del Belgrano y decidió retirarse por lo que el crucero nacional también abortó su misión. El buque de guerra entonces se retiró del terreno de combate.

Pero el Belgrano no contaba con el Sonar, un radar cuya función es detectar los accidentes geográficos y todo lo que sucede bajo el agua. Por este motivo, viajaba custodiado por dos destructores argentinos en formación de triángulo que sí estaban equipados con esta tecnología y que tenían como función proteger a este crucero. No obstante, tras navegar varias horas juntos, ambas embarcaciones se perdieron de vista y fue cuando atacaron los ingleses.

“Viajábamos en triángulo, pero, en un momento, se formaron a un costado del Belgrano y luego se perdieron de vista. Quedamos solos y nos venía siguiendo un submarino nuclear inglés que, a las 16 del domingo 2 de mayo nos atacó”, contó Sevilla. El impacto sacudió a todos los soldados y, repentinamente, todo quedó a oscuras. Presos de la adrenalina, los marinos comenzaron a buscar la salida. “El miedo era normal, lo anormal era el pánico. Actuamos con calma, siguiendo los pasos que habíamos practicado en los ejercicios de simulacro. Recuerdo que estaba con un compañero y lo primero que le dije fue: ‘negro rajemos, torpedo’. Lo curioso es que nunca había vivido el ataque de un torpedo, simplemente se activó el instinto de supervivencia. Lo único que quería era encontrar la luz”, relató el sobreviviente.

El tiempo de hundimiento era de 40 minutos aproximadamente, tiempo que utilizaron los sobrevivientes del Belgrano para alistarse y comenzar a lanzar las balsas y otros objetos flotantes al mar para evacuar. Las condiciones climáticas no ayudaban por el fuerte viento y las olas de 6 a 8 metros que azotaban a los náufragos. Por si fuera poco, no todos los buques podían rescatar a los que estaban en el mar por lo que el Bahía Paraíso tenía esta misión.

Las balsas, de goma, estaban equipadas para sobrevivir durante 5 días a la deriva. Contaban con bengalas, señales colorantes de agua y silbatos entre otras cosas en caso de percatarse de la posibilidad de un rescate. A cada tripulante se le daba dos caramelos vitaminados y compartían el agua potabilizada en sachet que tenían. El problema era, sin embargo, la probabilidad de congelamiento.

“Las temperaturas bajo cero y el cansancio aumentaban este riesgo. Nos golpeábamos en la espalda entre todos, la idea era no dormir para no morir congelados. El Bahía Paraíso logró rescatar a varios, pero también encontró a alrededor de 20 cadáveres en diferentes balsas. Ese es el recuerdo más triste que guardo y que no puedo olvidar. Cuando subimos a este buque, teníamos que reconocer a los muertos y ahí vi a uno de mis camaradas, un amigo, navegábamos juntos desde el ‘80. Compartíamos charlas, experiencias. Fue muy doloroso”, contó el ex combatiente.

Durante el naufragio, el recuerdo de la familia y una biblia impedían que los marinos se desmoronaran. El frío los aquietaba, los acallaba y, según relató el ex combatiente, ese es el momento en el que se “empieza a ver la vida de una forma distinta. Uno ahí se da cuenta de dónde está, toma real conciencia. Pero el objetivo principal era mantener la calma y la moral alta, confiar en que seríamos rescatados”, agregó.

Luego del rescate de Sevilla y sus compañeros que naufragaron 46 horas, el Bahía Paraíso aún debía cumplimentar cinco días de búsqueda: más de eso no podrían sobrevivir los que navegaban sin rumbo en altamar y con esas condiciones climáticas. Después, regresaron a Ushuaia y de ahí a la Base Naval Puerto Belgrano que sería el punto de encuentro con los familiares.

“A verme viajó mi novia quien es ahora mi esposa con su hermano, la pareja de él y mi suegra. Tenía un hermanito de 8 años por lo que mi papá se quedó cuidándolo y hablamos por teléfono durante una hora al menos en la que no parábamos de llorar. Mi mamá había fallecido el año anterior. La familia de mi novia y ella estaban preocupados porque había muerto otro marino de apellido Sevilla por lo que decidieron viajar para dejar atrás la incertidumbre”, recordó Rodolfo.

El encuentro fue emotivo y sólo recuerda palabras de amor y lágrimas que invadieron aquel momento: lo peor había pasado. Pero luego vendría una guerra mucho más difícil para los que consiguieron volver de las islas: el proceso de “desmalvinización”. A los ex combatientes se los trató con indiferencia y según el testimonio de Sevilla y otros ex combatientes, esto fue más doloroso que la guerra misma. “Costaba mucho conseguir trabajo. Golpeé muchas puertas y cuando decía que había ido a Malvinas me decían ‘después te llamamos’ y nunca ocurría. La vez que no mencioné el tema fue cuando finalmente me contrataron”, expresó el ex combatiente.

No obstante, el tiempo pasó y la situación ha cambiado. Ya no se esconde a los soldados- a muchos se los cubría con una sábana cuando regresaban al país- y ahora la sociedad ya distingue entre “los que combatieron en Malvinas y los que reprimieron en una dictadura”, dijo Sevilla quien, sobre el hipotético caso de una nueva guerra declaró sin dudar: “Yo siempre voy a ir a Malvinas pero hoy no quiero un conflicto así porque provoca un daño irreversible. Se ama a la patria por lo que hay que tener políticos que aboguen la diplomacia y el diálogo”.

La Guerra de Malvinas finalizó el 14 de junio de 1.982 cuando se produjo la rendición de las fuerzas argentinas, formalizada por General Benjamín Menéndez ante el General británico Jeremy Moore.


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