Por Alberto Medina Mendez
La política latinoamericana de estos tiempos, está poblada de una casta de dirigentes repleta de resentimientos. Ellos dicen que quieren trabajar por la gente, que son la mas moderna expresión de un gobierno popular, que intentan mejorar la situación de los que menos tienen. Eso es lo que dicen.
Sin embargo, lo que hacen es construir poder, generando reglas que les permitan perpetuarse, manipulando a la sociedad, apoyados por un sagaz y férreo control de los complejos engranajes del poder y con la mente puesta, siempre, en retener las riendas institucionales que les posibiliten imponer su criterio en forma indefinida.
Dicen que creen en la democracia, pero en realidad, son profundamente autoritarios. La democracia les resulta funcional, les sirve, y cuando alguna circunstancia no les favorece, en nombre de esa misma democracia, promueven leyes en el sentido que desean, utilizando sus mayorías matemáticas para asegurarse que esa coyuntura numérica no se interrumpa en momento alguno, para seguir avanzando en su proyecto.
Hacen un despliegue de poder difícil de igualar. Pero su característica más elocuente no es ese autoritarismo. Hasta podría decirse que este, es solo un requisito más para obtener su objetivo superior. Ellos intentan disciplinar a sus adversarios. No les interesa destruirlos. Su desaparición no les permitiría disfrutar al máximo. Solo intentan hacerlos claudicar, arrodillarlos, humillarlos.
De eso se trata su juego. Todo lo demás es periférico. Lo central es LA REVANCHA. Su preocupación cotidiana es como hacer que sus enemigos “muerdan el pasto”. Saben que esa forma de concebir la política no cuenta con apoyo ciudadano. Por eso, amparados en una perversa inteligencia, que nadie puede discutir, se nutren de retorcidos planteos para concebir cada paso que dan, y para planificar el siguiente.
Es que la revancha precisa instrumentarse, lo que implica no descuidar las formalidades. Esos procedimientos se aplican a través de normas que no solo deben gozar de prolijidad, sino que tienen que asegurar un mayor grado de dificultad para cuando alguien, en el futuro, intente desarmar la pergeñada estrategia original.
Pero esa vocación de implementar sus avances contra los adversarios, los lleva necesariamente a intentar darle contenido argumental a cada paso táctico. Así aparece entonces, la siguiente etapa, la del despliegue intelectual. Es que precisan justificar la decisión que pretenden coronar y casi como si fuera una propuesta comercial, ensayan todo tipo de argumentos que explican las bondades de la idea que promueven.
En ese recorrido, será el turno de la obscena publicidad oficial que con recursos públicos, es decir de todos, jugará partido por el pensamiento hegemónico del gobernante. Financian así, indebidamente, su propaganda ideológica para argumentar en contra de los sectores de la sociedad, a los que, en esta ocasión, intentaran amedrentar.
Ejércitos de intelectuales, hombres de la cultura, técnicos y eruditos de distintas disciplinas, darán sustento a todo lo dicho, a cada razón esgrimida. Esos, los que se suponen “supuestas” palabras autorizadas, obtienen casualmente, en muchos casos, beneficios directos desde las arcas gubernamentales con subsidios, fondos especiales y todo tipo de privilegios discrecionales, por pertenecer a sus filas y contribuir con el arsenal ideológico que los ampara y habilita.
Finalmente llega el momento de la verdad, ese que tiene que ver con validar en los votos legislativos cada pretensión normativa. Lo consiguen, claro que lo logran. A veces con mayor holgura, otras no tanto. Pero salen victoriosos en cada capricho.
Luego de tanto despliegue intelectual y de llenarse la boca con los éxitos que se derivaran de la sanción de la nueva norma, es de suponer que estarán más que satisfechos con los supuestos beneficios que significarán para la sociedad. Después de todo, es lo que habían dicho. Esas eran las motivaciones que manifestaron cuando iniciaron el tratamiento de la idea original.
Sin embargo, ahí, la tentación puede más, y se desvanecen los argumentos. Es que ya consiguieron el objetivo. Sedujeron a unos y otros, con inteligentes estrategias que incluyen el alquiler de calificadas voluntades y la construcción de alianzas que se sostienen sobre oportunas prebendas y concesiones.
Con el objetivo logrado, ya no vale la pena festejar con los falsos argumentos. Ya esta consumado el hecho y el adversario de turno, ha quedado de rodillas. Ya los tienen a sus pies, y el sometimiento planificado se ha concretado no solo con éxito, sino también con un acompañamiento popular, muchas veces, por arriba de lo esperado por ellos mismos.
No pueden evitar los festejos que desnudan sus verdaderas motivaciones. En las celebraciones de cada éxito, aparece casi deportivamente, la hinchada, con la sorna, la burla, esa que muestra espontáneamente las más profundas convicciones y sus odios viscerales.
Ellos no quieren mejorar las cosas. Los supuestos beneficios que dicen, se derivarán de sus normas, son solo la perfecta excusa para aplastar a sus rivales ocasionales. Los moviliza la venganza, y a lo sumo, la construcción de un poder superior que les posibilite dar el próximo paso, que seguramente será otra revancha. Son ambiciosos, van por más, no saben de límites. Solo son oportunistas, y miden sus momentos. Pero cuidado, no hay que subestimarlos. Saben bastante bien lo que hacen. Pero tampoco son infalibles. Ya se equivocarán. Y tal vez allí la oposición pueda acertar el paso, aunque a este respecto cuesta ser optimista frente a la demostrada torpeza de quienes pretenden ofrecerse como alternativa, superados en recursos, pero también en inteligencia.
Pero lo importante es entender que no se trata de un éxito de políticas, de logros para beneficio de la sociedad, de victorias para los más débiles y postergados. Solo se trata de estratagemas finamente pensadas, que sirven para sostenerlos en el poder y para humillar a sus adversarios.
Su norte es la revancha. Eso los motiva. El poder y la revancha. Eso los obnubila, los obsesiona, los condiciona. Es su fortaleza, pero también su punto débil. Solo resta utilizar su propia fuerza para debilitarlos. Seguramente llegará el momento para capitalizar sus errores. La soberbia que no pueden ocultar puede mucho, y esa ausencia de humildad, probablemente los terminará sumergiendo en su propia medicina.
En Argentina, la sucesión de atropellos mas recientes incluye, la nacionalización de Aerolíneas, la reestatizacion del sistema previsional, la extensión de los superpoderes y la llamada “ley de medios”, solo por nombrar a algunas. Pronto se sumara a la lista la reforma política. Con la nueva composición legislativa en el Congreso, ensayarán una nueva modalidad. Ya la deben tener analizada, pero el recorrido será el mismo. Para ellos los modos son solo un camino, no tienen demasiada importancia, y pueden usarlos cuando lo consideren para avanzar en sus próximas metas. Así funcionan. Esa es su esencia. Para ellos la prioridad la tienen, el poder y la revancha.
Alberto Medina Méndez
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Martes, 3 de noviembre de 2009