Los intendentes pasan factura al ex presidente. Ofensiva para recuperar el control de planes y subsidios.
El escenario fue el mismo que el del año pasado: el estadio Roberto De Vicenzo, de Berazategui. Allí regresaron Cristina Fernández como presidenta, y Néstor Kirchner, como marido. En las dos oportunidades, Juan José Mussi fue el anfitrión. Sin embargo, una vida había pasado entre aquel acto y este 26 de julio de 2008. En las dos ocasiones, Cristina Fernández ocupó la tribuna mientras el santacruceño permanecía en silencio. Las razones, sin embargo, eran bien distintas. Entonces, el éxito de él se irradiaba a la aspirante, los altísimos índices de consideración pública con que llegaba al fin del mandato alcanzaban y sobraban para los dos.
Un año más tarde fue ella la encargada de sostenerlo, pese a que también ha perforado hacia abajo los mínimos históricos de los jefes de Estado peronistas. Hubo otras diferencias: el 26 de julio de 2007 escaseó la liturgia justicialista y el discurso de Cristina Fernández homenajeó a una Eva Perón patrimonio de “todos los argentinos”. El kirchnerismo, celebrado con mirra e incienso y todavía beneficiario del slogan de la Concertación, se daba el lujo de no cantar la marcha en territorio justicialista; doce meses más tarde, Néstor Kirchner, cabeza de un PJ trizado, y la Presidenta, que sobreactúa su pertenencia, entonaron el himno partidario rodeados de un rancio peronismo.
Kirchner, el hombre a quien nadie se atrevía a contradecir y cuya opinión iba a misa, debió escuchar una lección de labios del ex duhaldista. En verdad, un pase de factura. Hay que cuidarse de los “aliados transitorios –dijo Mussi–, aquellos que nos acompañan en las buenas y nos abandonan en las malas”, hay que cuidarse mucho de los “infiltrados que nos hacen perder las batallas”. Por cierto que la palabra “infiltrados” debe de haber hecho saltar en tropel las imágenes setentistas que almacena la memoria del matrimonio K. Mussi echó sal en la herida y dirigiéndose a Kirchner dijo lo que éste jamás hubiera querido escuchar: “Me llama la atención que lo quieran dejar a un lado. Yo le diría que siga trabajando”. Fue una pieza oratoria cargada de sobreentendidos, de una carnadura de la que careció la intrascendente arenga de la Presidenta.
¿Se puede dudar, acaso, de que cuando un cuadro bonaerense recuerda, como recordó Mussi, que el único heredero es el pueblo a alguien está colocando en su lugar? Otro trago amargo habían debido transitar los Kirchner esa mañana, al visitar a Mario Ishii, patrón de José C. Paz, el municipio más pobre y uno de los que más movilizan cuando hay que disputar la calle. Puede que Ishii, sin quererlo, haya hablado de más. O quizás no y ahora se digan las cosas que antes había que callar.
“Cuando el peronismo se siente avasallado como en los últimos tiempos –se sinceró Ishii–, es una obligación ser peronista”. Los adversarios –agregó– “están mirando cómo tambalea el Gobierno para meterse”. Menudo reconocimiento. Un experimentado ex funcionario admitía días pasados que “el General decía que la víscera más sensible del hombre es el bolsillo, pero en el peronismo la víscera más sensible es la pituitaria”. Tenía razón. En 50 años, los integrantes de ese movimiento incombustible han desarrollado un olfato único para prever el auge y el ocaso de sus líderes circunstanciales.
Tal vez por eso, se rumorea, los intendentes del conurbano han reiniciado la ofensiva por el manejo de planes y subsidios que el kirchnerismo derivó a las “organizaciones sociales” en un intento de partirle el espinazo a la maquinaria bonaerense. Al César lo que es del César, exigen. El resto pertenece al efímero material con que se hacen los sueños.
Lunes, 28 de julio de 2008