Por Alberto Medina Méndez
A poco que se leen y escuchan los argumentos de la nueva generación de ambientalistas se percibe claramente el contexto ideológico de tantas encendidas afirmaciones.
Habrá que reconocerles una alta dosis de inteligencia a los acomodaticios militantes del renovado socialismo gramsciano que, como antes, se reciclan y van por más. Ya no insistirán por la vía de la reiterada prédica del siglo pasado que sucumbió ante sus propios baches dialécticos. Ahora están abocados a un camino con nuevos horizontes. Encontraron este espacio, que combina con habilidad demagogia, populismo y discurso “progre”, con las más profundas bases colectivistas de quienes lo promueven.
En el ambientalismo, la defensa de la ecología y las consignas del calentamiento global, hallaron su nueva casa. Es un hogar atractivo, lleno de seducción y modernidad, con argumentos que parecen razonables, demasiado sensibles y fáciles de difundir.
Esta nueva tribuna, les viene muy bien. Desde ahí pueden despotricar con desparpajo contra sus enemigos de siempre, destilando todo el odio y el resentimiento que los moviliza a diario. Tienen vocación destructiva y esta movida les permite desplegar todas sus artes. Los convoca la ira, la envidia y un profundo desprecio por los demás.
Todo lo que se asemeje a la noción de éxito y progreso ajeno, les genera un intenso malestar. Este medio que exploran, parece brindarles la esperada chance de atacar al capitalismo y a la propiedad privada. Su pseudo - ideología ambiental relativiza el concepto de propiedad, pilar sobre el cual pretenden instaurar su visión del mundo.
Si consiguen que la sociedad acepte la idea de que su propiedad sobre las cosas, el producido de su esfuerzo, lo que han conseguido con su trabajo, ya no es un derecho absoluto, y que solo se puede disponer de algo si se ajusta a la matriz que “otros imponen”, estaremos en la senda que estos pérfidos gurúes pretenden desplegar.
Quieren combatir la propiedad privada, y descubrieron un modo efectivo para lograrlo, mucho mas retorcido que el clásico sendero original. Pero este parece más prometedor porque goza de la aparente aprobación de algunos crédulos que compraron su visión.
Y no es que la mayoría de los que defiendan el equilibrio ambiental sean colectivistas. Los más de ellos, son personas de buena fe, ciudadanos genuinamente interesados por lo obvio, pero que se han dejado influir por los más procaces personajes del colectivismo.
El reciente fallo del Tribunal de La Haya en el conflicto del Río Uruguay, el poco difundido “climagate“ y tantas otras historias manipuladas por pseudo - científicos rentados y miembros “ a sueldo” de fundaciones y gobiernos, se encargan de hacer muy bien su trabajo.
La ejemplar recomendación del tribunal internacional, tiró por la borda tanto artero y superficial libreto esgrimido. Todo lo que dieron por cierto, tuvo que abdicar ante la innegable ausencia de elementos objetivos. Las especulaciones y las sospechas no sirvieron más que para atemorizar a la sociedad y quitarle de las manos miles de sueños.
El “climagate” disparó otra parodia. Una tradición de quienes usualmente adulteran resultados científicos para justificar sus fuentes de ingresos, sus sueldos y subvenciones. Como en tantos otros casos, exponen las conclusiones de los estudios que encaran, con anticipación a la investigación que deben hacer. Una vieja trampa del fundamentalismo que no quiere razones, sino solo falacias, que sirvan para engañar a los más incautos.
Ellos han desarrollado una potente red económica solventada por los Gobiernos del mundo, con fondos públicos detraídos de los contribuyentes del sector privado que alimentan sus propias arcas, permitiéndoles un medio de vida, con una fachada digna.
Resulta difícil mantener ecuanimidad cuando se vive de los salarios que pagan las fundaciones que reciben subsidios gubernamentales y aportes de algunos desprevenidos que siguen apostando ingenuamente por causas, aparentemente nobles, pero que esconden perversas intenciones detrás de lo que, sesgadamente, se animan a mostrar.
Cuando los estudios que conciben no se corresponden con las conclusiones deseadas, esas que muestran caos, contaminación y un mundo en caída libre, las ocultan, con absoluta inmoralidad. Cuando sus exposiciones, encuentran alguna correlación entre el desarrollo económico y sus supuestas consecuencias indeseadas, pues allí ponen foco, exacerbando cualquier comprobación y multiplicándola hasta el infinito.
Son selectivos a la hora de elegir sus blancos. Buscan aquellos que puedan ser potenciados mediáticamente. Prefieren las oportunistas ocasiones que posibiliten manifestaciones populares, el escándalo y por ende, toda la cobertura de prensa.
El show es parte central de su negocio. Les sirve para visibilizar sus patéticos argumentos cínicos, pero fundamentalmente para sostener el “negocio ambientalista”, ese que permite incrementar la facturación de sus asociaciones. Sus mecenas, sus miembros y los gobiernos vía subsidios, seguirán contribuyendo allí donde detecten peligro y catástrofe. Son requisitos indispensables del panfleto ambientalista.
Sus propias contradicciones cotidianas los describen suficientemente. Les preocupan las papeleras foráneas del Río Uruguay, pero no las nacionales del resto del país. Los desvelan las enfermedades que le endilgan a los mega emprendimientos, pero no los inquietan los padecimientos endémicos de la pobreza con las que conviven a diario.
Algunos de esos astutos ideólogos pergeñan sus estrategias, abusando de cualquier mínimo dato que les permita generar temor y pánico. Cuanto más puedan asustar, mejor posicionan la imagen de sus organizaciones. Eso parece darles prestigio en su entorno. Cuanto se equivocan. Ese será justamente el comienzo de su fracaso. Cuando sus paranoicas teorías caigan por su propio peso, no tendrán donde ocultarse. Sus profecías plagadas de confabulaciones, imperialistas proyectos de devastación que subyacen en cada propuesta industrial, están armadas con el mismo profesionalismo que los guiones de las películas de ciencia ficción. Incluso creen que lo mejor que pueden hacer para atemorizar a la ciudadanía, es advertir de las enfermedades que se difundirán como plagas y anticipar catástrofes climáticas como si estuvieran a la vuelta de la esquina.
Vaya paradoja, la epidemia de la pobreza es la fuente de las enfermedades mas temibles, y la que extermina mas vidas a diario, pero esto no lo cuestionan. Es que no les resulta funcional a sus propias metas, y como en otros casos, enmascaran esa información.
La política partidaria, equivocada como tantas otras veces, juega el juego de estos especialistas en intrigas y manipulaciones comunicacionales. Los partidos, la política, los gobiernos, oficialistas y opositores, bailan al ritmo que imponen estos personajes. En el reino de la demagogia, habrá que hacer lo que digan las encuestas, y los principios quedarán para mejor oportunidad. Es que la política, cuando no, teme a los movimientos populares y cuando aparecen las manifestaciones, la política cede mansamente.
A no confundirse, la inteligente perversión del colectivismo, ha ingresado al mundo del ambientalismo. Vinieron para quedarse y para manosear a los cándidos defensores del planeta. Intentan instalar la idea de que algunos seres humanos ambicionan la destrucción del planeta planteando un nuevo embuste que carece de sentido común.
Será cuestión de no pecar de ingenuidad, porque cierta perimida izquierda, está haciendo un trabajo de hormiga para apropiarse de las banderas de la humanidad, con el fin de instalar la contradicción entre progreso y conservación, empujando a la sociedad toda, a una falsa opción que solo tiene por objetivo demonizar a los empresarios.
Prestarse candorosamente a ese juego, conlleva un riesgo enorme. Aquellos que “compren” esa irracional visión, no solo perderán oportunidades de progreso, para salir de la pobreza y aprovechar al máximo sus legítimas oportunidades. Estarán hipotecando su futuro, pagando el precio que los embaucadores fijaron. Estamos asistiendo a una nueva transformación de quienes han encontrado la nueva trinchera del colectivismo.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
Martes, 4 de mayo de 2010