La mañana lluviosa del `72 el gobierno de facto del General Lanusse estableció rigurosos controles en las cercanías del Aeropuerto de Ezeiza para impedir que los militantes peronistas llegarán allí, sin embargo miles de ellos se encolumnaron desafiando la prohibición, una más, una de tantas, está vez tampoco se dejarían amedrentar.
Una nueva generación, los hijos de quienes habían resistido durante los años de proscripción y persecución levantaban ahora las banderas acompañando a los protagonistas de las luchas pasadas. Las familias de tradición peronista, militantes o no, se juntaban frente al televisor, cerca de la radio, con una mezcla de ansiedad, alegría y emoción.
Esperaban las noticias desde muy temprano, la imagen del líder escamoteada desde el 55 ahora podría verse "en vivo y en directo". El "operativo retorno" llegaba a su fin y con él se materializaba la consigna "luche y vuelve", esa que surgió tras la masacre de Trelew, pero que más o menos silenciada o silenciosa empezó a gestarse en 1955.
En el charter que condujo a Perón desde Roma a Buenos Aires viajaban 153 pasajeros, algunos de ellos llegarían a la presidencia de la Nación (Cámpora, Lastiri, "Isabel" Martínez, Menem, Duhalde) otros serían asesinados (el abogado Rodolfo Ortega Peña y el sacerdote Carlos Mugica y el sindicalista Rogelio Coria).
También integraron la comitiva, artistas, militares, escritores y alguien a quien podríamos llamar el octavo pasajero, uno que como Alien nació, se alimentó y vivió como un parásito, el "brujo" José López Rega. Ese avión conducía en sus entrañas algo que nada tenía que ver con los sueños de la clase trabajadora, ni con las consignas de la patria peronista o socialista, pero en ese momento sólo había motivos para celebrar.
Hay una foto que se convirtió en la imagen icónica de esa mañana de noviembre, la de José Ignacio Rucci sosteniendo un paraguas que protege al general de la lluvia. Se lo ve pequeño al lado de Perón, en un gesto que denota cierto esfuerzo, como si estuviera parado sobre las puntas de sus pies, aunque claramente sus pies se apoyan íntegramente en el suelo húmedo. Sonríe, Perón también, con los brazos en alto saludando otra vez, como antes, al pueblo.
Dos años más tarde cuando las entrañas de otro avión trajeran el ataúd con los restos de Evita, ninguno de los dos estaría con vida. Rucci había sido asesinado y Perón, que llegó "casi desencarnado" el 20 de junio de 1973, día de su retorno definitivo, murió el 1° de julio de 1974.
Mucho se ha escrito sobre la profanación del cadáver de Eva Perón, a quien podemos considerar -como dijera Tomas Eloy Martínez- la primer desaparecida de la historia argentina. A ella le siguieron 30.000 a partir del 24 de marzo de 1976, uno de ellos el escritor y periodista Rodolfo Walsh autor del relato Esa mujer.
Narración de su encuentro con el coronel que tuvo en su poder los despojos de esa mujer, esa que siempre será: "En los altares populares, santa. Hiena de hielo para los gorilas". Un coronel obsesionado por darle sepultura y que comandó el operativo de traslado al cementerio en Milán donde la enterraron con nombre falso.
Lo desaparecido aparece, lo reprimido retorna, lo prohibido renace con más vigor porque lo alimenta el deseo, que es inextinguible y la hora de la justicia llega, como hace pocos días cuando fueron condenados a cadena perpetua los desaparecedores y torturadores de la ESMA. Los que secuestraron y mataron a Walsh y a tantos otros.
Esos amigos del barrio, esa persona que amabas, aquellos que estaban en el diario, en la calle, en el aire, todos ellos desaparecieron, pero los dinosaurios están muertos o condenados y la democracia es la única garantía, el único recurso para preservarnos de su posible clonación.
Sábado, 17 de noviembre de 2012