El equipo del Coco redujo al mínimo a Brasil y no le ganó por poquito. A Dunga le volvieron a gritar "burro" y los locales, con bronca, festejaron a Messi...
Si el punto tiene gusto a poco, si las manos quedaron rojas de tanto pegarle a la mesa por esa doble jugada final de Lionel Messi que debió terminar en gol y en victoria, es porque el valor de la actuación de un equipo que venía golpeado supera la cosecha del resultado. Si Argentina terminó recuperando en su área con el apuro de ganar el partido, si tuvo el espíritu colectivo que no tuvo contra Ecuador, ya de por sí son buenas noticias. En cambio, los abucheos de la gente para Brasil, los aplausos casi irónicos para el equipo de Basile y el nivel bajísimo de un Scratch que encuentra pocos ejemplos en la historia deberían actuar con un dique de sentido común para evitar desbordes de euforia, nuestro deporte nacional por excelencia. En tal caso, que este partido sirva como base para tomar conciencia de cuáles conceptos hay que tomar para crecer, de la misma manera que la tarde del Monumental debería tomarse como referencia de lo que no habrá que repetir.
El gran clásico del fútbol mundial defraudó como duelo y como espectáculo, simplemente porque uno y otro pensaron dos veces antes de arriesgar y respetaron más la historia que el presente del rival. Brasil fue un equipo sin adrenalina, el samba sonó como una cumbia mal bailada y su juego sin fluidez devino en ataques torpes y discontinuos. El local llegó a fondo tras una jugada de Robinho y que el Pato salvó milagrosmente ante Baptista. Y al minuto siguiente, otro slalom del delantero del Real ante un Abbondanzieri que salió al bulto y mal. De ahí al final del partido, sólo inquietó con un tiro libre que el Pato sacó del ángulo. Antes y después, Argentina fue superior tácticamente, manejó la pelota más y con mejor criterio y dio la sensación de que si quería, lo ganaba. En tal caso, ese fue el quit de la cuestión: a la Selección le faltó ambición, traducida en ese instante final en el que hay que animarse, hay que revelarse ante el peso de la camiseta y del escenario. Argentina jugaba como si ya tuviera un gol en el buche, como si estuviera cuidando una victoria hecha y derecha. Como si ese pelotazo fantástico de Coloccini que dejó solo a Messi hubiera sido gol, pero Lio le pegó con el cayo y no con los tres dedos y la pelota se fue al Maracaná.
Si bien al equipo le faltaba ese primer pase que siempre asegura Verón, se lo vio más cómodo a Riquelme administrando la pelota y el ritmo. Gago fue una garantía en el quite y con Mascherano armaron un tándem que merece futuro. Argentina ya había dormido al gigante con su ritmo conservador e inteligente, y estaba claro que tenía ante sí una oportunidad que se presenta de década en década. Habrá que reconocer que en los últimos 15 ó 20 minutos apareció la audacia como un suplente que el Coco metió para cambiar la historia. Messi despertó su gambeta aletargada y en tres apariciones vibrantes tuvo el triunfo en su botín, en dos no le acertó al arco y en la otra lo dejó a Román de cara al gol. No pudo ser. La gente ovacionó a Lio y fue la señal de que el lío lo tienen ellos...
Jueves, 19 de junio de 2008