Una multitud de trabajadores realizaron la 23ª peregrinación al santuario de San Cayetano, acompañados por el arzobispo, Andrés Stanovnik, quien en la línea de mensaje de la Iglesia en la Argentina, en la homilía advirtió que no son unas variantes económicas la causa de la pobreza sino que “es siempre consecuencia del egoísmo, que se manifiesta en la codicia, la falta de solidaridad y la ineficiencia en gestionar el bien común”.
Recordó, al presidir la misa, que “la Peregrinación de los Trabajadores y sus Familias ya es una tradición importante para la comunidad católica de la ciudad de Corrientes. Peregrinar como trabajadores y trabajadoras, junto con sus familias, nos hace mucho bien, nos hace ser más solidarios entre nosotros y, sobre todo, cuando peregrinamos juntos, nos sentimos más cerca de Dios y Él se siente a gusto donde hay dos o tres reunidos en su nombre (cf. Mt 18,20). Somos familia de Dios que camina, Pueblo suyo en marcha, cuya meta es, ante todo, llegar a Él. Esta marcha refleja ese espíritu de familia que Dios sembró en nuestros corazones cuando nos creó a su imagen y semejanza, y nos puso en camino hacia Él”.
Puntualizó que “somos peregrinos porque Dios nos atrae con su amor hacia Él. Dios está al inicio de nuestra marcha, nos acompaña durante la misma y nos espera al final de nuestra peregrinación. Yo soy el Camino –dijo Jesús– nadie va al Padre sino por mí (cf. Jn 14,6). En Él encontramos el verdadero sentido de la marcha y del esfuerzo. Por Él sabemos que es mejor caminar juntos y trabajar pensando en la familia, más que en provecho propio; que nos beneficiamos mucho más si somos solidarios y fraternos con los otros compañeros de camino y no pensamos sólo en nosotros mismos. Cuando se pierde el verdadero sentido del trabajo, desaparece también el compañerismo y la amistad y se empieza a transitar un camino que no lleva a ninguna parte”.
Advirtió que “hay dos peligros que ponen en crisis cualquier economía y son una grave amenaza a la convivencia familiar y social: uno es la ambición desmedida y el otro es la avaricia, cuyo pariente cercano es la codicia. En el corazón del ambicioso y del avaro se produce un grave desorden: en lugar de amar a Dios sobre todas las cosas, aman a las cosas por sobre todo lo demás; sacrifican personas y pueblos en el altar de su propio egoísmo. Esta especie de enanismo espiritual trae como consecuencia pobreza y exclusión. En ese sentido, el Santo Padre afirmó hace poco que todo programa de desarrollo debe tener presente, junto al crecimiento material, el crecimiento espiritual de la persona, dotada precisamente de alma y cuerpo. Y este crecimiento espiritual hace posible que haya hombres rectos en la política y la economía, que se comprometan con la justicia y que estén sinceramente atentos al bien común”.
Reflexionó que “nuestra peregrinación tiene dos lugares, con sus respectivos signos, que nos marcan el rumbo de esa rectitud: la Rotonda de la Virgen, que está al inicio de nuestra marcha; y la imagen de san Cayetano, que señala el término de nuestro camino. A María de Itatí le pedimos que nos muestre a su divino Hijo Jesús, para que nunca olvidemos de dónde tenemos que partir siempre. Ella, junto a la cruz, nos está diciendo que el camino es difícil: que el precio del amor en serio, de la solidaridad real y no declamada, de la perseverancia en el bien, es renunciar a uno mismo, como nos pide Jesús; es abrazar con Él la cruz del amor, de la amistad social, del trabajo por la familia y por la comunidad. Por su parte, San Cayetano, le escribe a su amiga Elizabet Porto y le dice “si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a él y procura someter siempre tu voluntad a la suya”. Tanto María Santísima, como San Cayetano nos colocan delante de Jesús. Él es el Centro. Por eso, el momento culminante de nuestra peregrinación nos encuentra alrededor del altar, donde el amor de Cristo nos reúne y entregándose por nosotros hasta dar la vida. Felices nosotros que conocemos esta conmovedora sabiduría de Dios, que nos convoca como familia suya, y enciende en nosotros deseos sinceros de hacer su voluntad”.
Cuestionó entonces que “sin embargo, un número muy importante de los que marchan desde la Rotonda de la Virgen de Itatí y llegan a hasta la imagen de San Cayetano, no reciben el principal alimento del peregrino: la Palabra y el Pan. Pareciera que parten de la mano de la Virgen, vienen con ella a la casa de su Hijo Jesús, donde está san Cayetano, un ejemplar discípulo misionero suyo, pero en esa casa todavía no llegan a sentarse a la mesa que él les tiene preparada. Es cierto que Dios tiene muchos caminos para llegar hasta el corazón del hombre que vive sinceramente su fe, pero también es cierto, que la comunidad cristiana es responsable de que esos hermanos y hermanas escuchen la Palabra y fortalezcan sus vidas con la Eucaristía y con los sacramentos. Es una tarea enorme y maravillosa, que espera discípulos misioneros de Jesucristo, con nuevo ardor, mucha creatividad y perseverancia en el compromiso”.
Puntualizó en consecuencia “¿Cómo hacer para descubrir la enorme riqueza de fe que hay en nuestros peregrinos y acompañarlos más de cerca? ¿Cómo transmitirles el inmenso bien que nos hace sentir el perdón y la paz que Dios nos da en el sacramento de la Reconciliación? ¿Cómo convencerlos y entusiasmarlos para que se queden a compartir la dicha de celebrar juntos la Eucaristía? ¿Qué hacer para que de la mano de María de Itatí y la devoción a San Cayetano nos encontremos a gusto en nuestra casa, que es la Iglesia? ¿Cómo seguir acompañándolos para que esta marcha de fe los mantenga perseverantes en hacer el bien, en trabajar por la familia y por la comunidad?”.
Precisó que “el espíritu de nuestra peregrinación debe alimentarse de la Palabra y del Pan. Jesús nos dice hoy “Yo soy el Pan de Vida” (cf. Jn 6,35). Él es el nuevo Pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Si uno come de este pan, vivirá para siempre (cf. Jn 6,51). ¡Cómo privarnos de este banquete de vida y de felicidad! Jesús concluye diciendo: el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. Es decir, se trata de un pan único, original, que nutre al peregrino y transforma toda la realidad: es un pan para la vida del mundo. Ese pan vivo, bajado del cielo, es Jesús mismo. Por eso, el peregrino, alimentado con este Pan de Vida, camina hacia el encuentro con Dios en la misma comunión con sus hermanos. De allí que esta peregrinación nunca podrá ser una carrera en la que se compite por los primeros puestos. La felicidad de este estilo de vivir y trabajar, está en que alcance para todos y que todos lleguen. Esto revoluciona profundamente las relaciones humanas. En esta familia que peregrina, el más importante es el que menos tiene y menos puede. Y de ellos se han de ocupar, preferencialmente, aquellos que más tienen y más pueden. La peregrinación de los trabajadores y sus familias tiene una espiritualidad de profundas consecuencias para la vida personal, familiar y social”.
“Junto a nuestra tierna Madre de Itatí y a san Cayetano, queremos dar gracias a Dios por el don del trabajo y al mismo tiempo, pedirlo para muchos que no lo tienen. La falta de pan y de trabajo no es consecuencia de unas variables económicas adversas, es siempre consecuencia del egoísmo, que se manifiesta en la codicia, la falta de solidaridad y la ineficiencia en gestionar el bien común. Venimos a suplicarle que nos ayude a superar el escándalo de la pobreza y la falta de trabajo, cuyas consecuencias, como siempre, golpean muy duro sobre los niños, los jóvenes y los ancianos. El primer organismo social que se resiente por la pobreza y la falta de trabajo es la familia”, ratificó.
Finalmente manifestó que “nuestra oración solidaria se dirige hoy por todos nuestros trabajadores y trabajadoras, especialmente por los que padecen el flagelo de trabajo informal y precario, mal remunerado y carente de las condiciones de un trabajo digno; por los adolescentes y jóvenes que no estudian ni trabajan, y a los que la pobreza les dificulta el desarrollo integral de sus capacidades. Y para todos nosotros, pedimos con las palabras del Santo Padre, poder crecer en la conciencia del amor indestructible de Dios, que nos sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas. Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor a la familia y al bien común, porque Él es nuestro Todo, y nuestra gran esperanza (cf. Caritas in Veritate, 78)”
Domingo, 9 de agosto de 2009