Bs. As. (14-1-24): A la hora de decidir si se suspenden las vacaciones, si los chicos siguen en la privada o si decir adiós a la prepaga, buena parte del país indaga sobre las acciones del nuevo presidente. Pero puede ser en vano. Sea por locura, incompetencia o estrategia, Milei está generando un escenario inédito a un ritmo desconocido.
Por Ernesto Tiffenberg
¿Milei es o se hace?, se pregunta buena parte del país convencido de que la respuesta es decisiva a la hora de decidir si se suspenden las vacaciones, si los chicos siguen en la privada o si la prepaga será en poco tiempo un borroso recuerdo. Algunos buscan el consejo de algún periodista cercano, o del amigo del amigo que alguna vez conoció a alguien que lo conoció. Sin embargo, deberían dejar de hacerlo porque da lo mismo. Sea por locura, incompetencia o estrategia el nuevo gobierno apuesta lo que no tiene, amenaza con lo que carece y aprieta el acelerador sin saber si los frenos están cortados. Sea por locura, incompetencia o estrategia está llevando a la Argentina a un escenario inédito.
Milei es
Mauricio Macri se apunta a la cabeza de los que creen que es. Tanto lo es que hizo en solo unos días lo que a él le llevó años: destrozar a niveles record los ingresos de trabajadores y jubilados, apuntar a la columna vertebral de los sindicatos, desterrar la idea de que los débiles merecen protección legal frente a los poderosos y sentar las bases de una estructura represiva que haga perdurar semejante esquema en el tiempo.
Este escenario se puede poner en números:
Con una megadevaluación exagerada hizo saltar la inflación mensual de la franja del 8 al 12 por ciento a la que va del 20 al 30. Es lo que se vio en diciembre y se repetirá por lo menos en enero, febrero y marzo.
Los convenios ya negociados en el mejor de los casos registran aumentos del 10% mensual. Algunos gremios muy fuertes intentarán aunque sea correr de atrás a la estampida. Los informales quedarán librados a su suerte.
Se completa el círculo con la recesión que inducen las medidas de Toto Caputo. Irá creciendo la desocupación y bajarán las posibilidades de pelear por mejoras. Para acelerar ese proceso, está la apertura de importaciones.
El Gobierno dice que busca defender los ingresos de los jubilados, pero ya en el primer mes congeló el bono que había otorgado Sergio Massa, que así ya no compensa la inflación ni siquiera a los de la mínima. Con el 25,5% de diciembre y otro tanto en enero, la caída del ingreso real rondará los 30 puntos. Además, eliminó la devolución de IVA que implicaba para los pasivos 18.800 pesos extras.
Descartar cualquier fórmula de actualización le permitirá al Gobierno asegurarse que cuando baje la inflación, por el parate general de la economía, los jubilados no recuperen lo que fueron perdiendo mientras subía.
El proceso de caída en los ingresos populares será más rápido y pronunciado que los que produjeron el golpe de 1976 y el macrismo. Para colmo, la velocidad del pase a precios generará en poco tiempo la expectativa de una nueva devaluación. Cuando se produzca, volverá la aceleración en las remarcaciones y se reiniciará el círculo negativo.
Frente a este panorama, aunque Milei lo dejó fuera de las marquesinas, Macri festeja por partida doble. Porque está convencido de que para dar semejante golpe había que hacerlo de entrada, con las esperanzas todavía intactas entre los que lo votaron y el fracaso todavía fresco entre los derrotados. Y porque está seguro de que el presidente no saldrá indemne de semejante locura y que la crisis que se desatará lo pondrá contra las cuerdas.
Allí lo espera con los brazos abiertos, ya sea para imponerle el próximo elenco ministerial (no casualmente varios de los principales economistas neoliberales desaparecieron estos días de los medios seguros de que pronto llegará su oportunidad) o para otorgarle su respaldo a la que desde ahora aparece como “lista para lo que sea”, como se autodefinió la vice Victoria Villarruel después de leer la frase en una nota sobre ella en el Financial Times.
Pero Milei puede ser loco pero no come vidrio. Está convencido de la conspiración entre Macri y su vice, algo que tanto él como los dos acusados niegan en público, y ya se encargó de limitar al máximo su influencia en el gobierno. “Hay veces que a los paranoicos los persiguen”, repiten cerca del actual presidente algunos que conocen bien al ex.
Milei se hace
Carente de diputados y senadores, huérfano de gobernadores e intendentes, Milei hace de la necesidad virtud. Ignora su debilidad y arremete contra todo lo que tiene cerca. Desprecia a los macristas que no saltaron a su barco, acusa de coimeros a los radicales y amenaza con jugar a todo y nada con un plebiscito si la “casta”, o sea cualquiera que no esté dispuesto a consentir sus deseos, no le da el gusto de aprobar completos su DNU y la Ley Omnibus.
Para una parte del espectro político, esta temeraria conducta no es una locura. Están seguros de que Milei se hace, que solo se trata de una estrategia para avanzar todo lo posible antes de que el poder se le escurra de las manos. Y suponen que eso ocurrirá pronto. El presidente de la bancada radical en Diputados, el cordobés Rodrigo de Loredo, considera que los libertarios están haciendo un despliegue de astucia pero que él puede competir en picardía.
Aterrorizado por sus votantes (el 75% de sus comprovincianos votó a Milei), no está dispuesto a aparecer enfrentado al Presidente ni, mucho menos, a compartir alguna foto con los demonizados peronistas. Pero no le molesta asumir la famosa recomendación de Felipe Solá (“Para hacer política hay que hacerse el boludo”) y tratar de retrasar la discusión del DNU unos meses, cuando supone que el impacto de las medidas económicas ya habrá limado buena parte de la actual audacia presidencial y lo hará más proclive a los compromisos.
Las últimas intervenciones de Milei y Caputo, amenazando con medidas aún más duras si el Congreso no les da luz verde, dan sustento a la idea de que por delirante que parezcan sus aspiraciones no responden a un cuadro clínico sino a una arriesgada apuesta política que quedó expuesta el 6 de agosto pasado. “Puede ser que nuestros proyectos sean rebotados, entonces llamaremos a un referendum. Y si no lo dejan pasar van a tener que explicar por qué no quieren que la sociedad elija. Y si hacemos el referendum y nos va mal, sabés qué, no importa, porque entonces voy a sobrereaccionar el ajuste fiscal, es decir, tenemos plan a, plan b, plan c y plan d. Nosotros estamos convencidos de las reformas que hay que hacer y estamos dispuestos a pagar los costos que sean para hacerlas”, aseguraba ese día Milei ante el impresionado periodista de La Nación+, en un mensaje directo a los grandes empresarios que por entonces apostaban al PRO.
Sea o se haga, da lo mismo
Pasen o no el DNU y la Ley Omnibus por el Congreso, nada garantiza que el anhelado déficit cero sea alcanzado. El desplome de la actividad por la caída del consumo ya está impactando en la recaudación y está en duda que los ingresos fiscales esperados por el fin de la sequía alcanzarán a compensarlo.
El Gobierno aspira a que la recesión, la consiguiente desocupación y la retracción de las ventas impidan que los empresarios sigan la loca carrera de los precios antes de que aparezca en el horizonte una nueva devaluación. Pero aún si eso ocurre habrá que ver si los ajustados aceptan pacientemente su destino.
Los estudios más precisos muestran que el tradicional voto gorila, alrededor del 40/45% del total, se mantuvo casi por completo fiel a Milei y que Unión por la Patria perdió la elección por el 10/15% de votos peronistas que, desesperados por los efectos de la pandemia, no fueron a votar en 2021 y en 2023 se volcaron hacia la novedad libertaria desde la primera vuelta, en busca de una salida milagrosa a su calvario.
Parece estar allí, más que en los seguidores de las dispersas tribus de Juntos por el Cambio, la llave de la situación. Y nadie puede anticipar el tiempo que les tomará definirse. Pero ya hay síntomas de que no será demasiado. Algo realmente excepcional debe estar pasando en Argentina para que la conducción cegetista, que nadie puede considerar atolondrada, llame a un paro con movilización a solo 45 días del comienzo de un gobierno recostado en el 55,6% del balotaje.
¿La CGT es o se hace? Da lo mismo. Lo único seguro es que el 24 de enero empezará otra historia.
Domingo, 14 de enero de 2024