(23-3-25): Trump busca mostrarse como pacificador tras la derrota ucraniana, mientras Putin lidera las negociaciones. Con Washington admitiendo el triunfo ruso, el ajedrez geopolítico entra en una fase clave.
Donald Trump, el astuto, percibió cuál era la única fórmula para verse como “ganador” y que la humillante derrota de Ucrania no salpicara a Estados Unidos y a la OTAN. La solución era probarse el traje de pacificador y usar sus dotes histriónicas para anunciar como presidente electo y ejecutar inmediatamente después de asumir, un diálogo con su par ruso, Vladimir Putin, que condujera a una virtual negociación de paz.
Así, con evocaciones que llevan a 1945, el presidente republicano buscó que Washington y Moscú aparecieran, en un plano de igualdad, como los arquitectos de una posguerra que ordenará el mundo.
Es más, con las palabras mágicas “Zelensky nunca debía haber comenzado este conflicto”, Trump quiere hacer desaparecer la guerra proxy iniciada por su país. Quiere, incluso, torcer el escenario para que ahora el vencido (Ucrania) deba pagar al vencedor (EEUU) las “reparaciones de guerra” en forma de recursos naturales, centrales energéticas y otros bienes (también codiciados por los monstruoso financieros BlackRock y Rothschild).
Pero la realidad no es así. Más allá de la desmesurada gestualidad trumpista, está claro que es Rusia la que tiene el comando de la negociación por Ucrania. Es el delegado de Trump, el magnate inmobiliario Steve Witkoff, quien debe viajar a Moscú (y no un ruso a Washington). Es Witkoff quien debe esperar varias horas en el Kremlin y luego deshacerse en elogios públicos para Putin.
Entretanto el presidente ruso continúa tomando decisiones políticas y militares; le recuerda al mundo que sobre Rusia pesan 28.595 sanciones (“más que todas las sanciones juntas del resto del mundo”, dijo) y se mantiene firme en sus exigencias para un acuerdo. Putin fue claro: “Sí. Estamos de acuerdo, pero este alto el fuego debería conducir a una paz a largo plazo y eliminar las causas iniciales de esta crisis”.
“Estamos asistiendo al reconocimiento norteamericano de un hecho consumado: la victoria de Rusia en el campo de batalla contra Ucrania y contra la OTAN”, señaló el agudo académico brasileño José Luis Fiori, esta semana, en su último artículo “La victoria rusa, el divorcio inglés y el desmonte europeo”. Y continuación escribió: “Se trata de un triunfo ruso sobre los propios EEUU, quienes aportaron la mayor parte del equipamiento bélico, la base logística, el apoyo de inteligencia y el financiamiento que les permitió a los ucranianos durar tres años”.
Avance paso a paso
Hoy, domingo 23, los delegados rusos y estadounidenses se reunieron en Riad, la capital saudita, para avanzar en un futuro acuerdo. Ya hubo dos conversaciones telefónicas al más alto nivel, el 12 de febrero y el 18 de marzo. La última –algo nunca visto en la historia intensa entre ambos países- duró alrededor de dos horas. Trump la catalogó de “genial” pero el Kremlin fue mucho más cauteloso.
En la charla, se decidió un cese de fuego por 30 días pero, por exigencia rusa, limitado a la infraestructura energética. Moscú trata de evitar, especialmente, ataques contra la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa y una de las diez mayores del mundo, bajo control ruso desde 2022.
Se acordaron también “negociaciones técnicas” para un alto el fuego marítimo en el Mar Negro y se estableció el intercambio de 175 prisioneros de guerra de cada bando entre Rusia y Ucrania, además de la liberación de 23 soldados ucranianos gravemente heridos.
Según el comunicado oficial ruso, el Kremlin expuso una serie de condiciones fundamentales para la viabilidad del acuerdo: 1) abordar las causas fundamentales de la crisis; 2) cese total de la ayuda militar extranjera y del suministro información de inteligencia a Kiev y 3) implementar mecanismos de control efectivos sobre cualquier alto el fuego en la línea de conflicto, el fin de la movilización de ciudadanos ucranianos y el cese del rearme de sus fuerzas armadas.
Desde la desaparición de la Unión Soviética en 1991, Moscú cayó en varios engaños de Occidente. ¿Cómo tener esta vez garantías de que se va a cumplir el desarme de Ucrania y no va suceder como con la promesa de 1990 de que la OTAN no avanzaría hacia sus fronteras? ¿Cómo saber que Kiev no recibirá más armas y que Occidente no entrenará más unidades como sucedió con los “acuerdos de Minsk” (2015), una trampa que, según confesó una de las garantes, la ex canciller Angela Merkel, “tenía como objetivo darle tiempo a Ucrania para rearmarse”.
Aunque está claro que Putin quiere (y le conviene) avanzar en la pacificación, su desconfianza es total. Esto indica que todavía habrá mucho camino por andar.
La fuerza del contexto
Nadie puede creer que, como se dice oficialmente, en la conversación telefónica entre los dos líderes se habló solamente de cómo mejorar las relaciones bilaterales, de los prisioneros, de las condiciones para un cese el fuego y de la navegabilidad del Mar Negro.
Se desconocerá por un tiempo el contenido real de ese intercambio, pero es imposible que Siria, Irán, Israel, el genocidio en Gaza, la Unión Europea, la escalada armamentística, los BRICS, la desdolarización, las sanciones –como mínimo- no hayan sido también parte de la agenda.
En abril del 2024, la Rand Corporation -un laboratorio de estrategias y análisis al servicio del gobierno norteamericano, especialmente del Pentágono y de las agencias de inteligencia –advirtió que EEUU podría encontrarse ante “un declive catastrófico”, una “espiral descendente de la que pocas potencias en la historia se recuperaron alguna vez”.
Trump busca revertir ese escenario, rediseñando no sólo la arquitectura institucional de su país sino también reformateando el orden mundial. El economista y exministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, sostiene, incluso, que el magnate pretende “instaurar un nuevo orden internacional” con un “Nixon Shock”, es decir, un golpe económico (al estilo de los 70 cuando el dólar abandonó su paridad con el oro), para conservar la hegemonía de la moneda estadounidense en todo el mundo y mantener su poder.
Todo es posible, pero EEUU en crisis con sus aliados europeos, con una deuda astronómica y serios problemas internos se encuentra caminando sobre una frágil capa de hielo. Por el contrario, Rusia sólida en su economía, fortalecida en su poder bélico y vigorizada como integrante del empoderado BRICS, se afirma en sus objetivos.
El ajedrez del siglo XXI recién comienza y, aunque lo más importante aún está por suceder, hay un hecho que cada día aparece con mayor nitidez: la declinación de Occidente es irreversible.
Domingo, 23 de marzo de 2025