Por Teodoro Boot
PARTE 1: Adelanto en exclusiva un capítulo del próximo libro sobre la historia del conflicto entre la Argentina agroexportadora y el proyecto industrial de país que prepara la Editorial Punto de Encuentro. Del mismo modo que el feliz granero del mundo necesitó imperiosamente de coroneles como Varela y Ramón Falcón, para la Arcadia de Biolcati se harán necesarios los “Fino” Palacios. El paraíso terrateniente no resistió una vez que los habitantes llegaron a tres millones; ¿cómo imponerlo ahora cuando somos cuarenta?
Debido a la extención del mismo www.surcorrentino.com.ar lo publicará en tres tramos.
Revista Zoom
En los últimos tiempos cualquiera pudo haber comprobado que vive metido dentro de monumental equívoco, del que cuesta reaccionar, como si se tratara de una suerte de coma profundo. No fue Enrico Malatesta redivivo ni el fantasma de Simón Radowitzky el que culpó al Estado de ser responsable de la pobreza. Fue un multimillonario que, como tambero, utilizó una –en este contexto– inquietante metáfora: afirmar que se sentía “ordeñado” por el Estado.
Como todos saben, se trata, de Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural Argentina, que viene a ser la asociación de propietarios de campos de Palermo Chico. El señor Biolcati seguramente ha visto muchas vacas en su vida, pero ninguna desde abajo, desde el banquito de ordeñe. Eso queda para el “mediero”, o su peón, que vienen a ser los que ponen el cuerpo para exprimir a las vacas de Biolcati.
Aclaremos también como para llevar tranquilidad a las familias de los involucrados que el mediero –o los medieros, porque el hombre tiene demasiadas vacas como para que las atienda uno solo–, no ordeñan directamente a Biolcati sino que lo hacen a través de sus vacas. De todas formas el pobre hombre se siente exprimido.
Ahora bien, salvando esta extraordinaria sensación que lo angustia, el conflictuado millonario ha de saber que el mediero no se toma la El Estado contra el que despotrica la Sociedad Rural es un Estado al que se trató de dar vuelta de manera que, en lugar de garantizar las ganancias de Biolcati y el sometimiento de sus peones, mal o bien ha buscado nivelar la sociedad e impedir que el fuerte abuse del débil.leche que extrae de sus sacrificadas vacas, por lo que no debería resultarle difícil comprender que tampoco el Estado se toma la leche que le ordeña a él. Y a sus amigos. Fuera de este detalle, la coincidencia entre Malatesta y Biolcati sobre el horrendo papel que juega el Estado en la vida de las gentes es casi absoluta, lo que de todos modos no debería aterrorizar a las damas de la Rural: Malatesta y Biolcati no hablan precisamente del mismo Estado: el que atacaba Malatesta era el Estado hecho a imagen y semejanza de los Biolcati de la época, cuya misión consistía en regular la actividad económica para que los Biolcati pudieran hacer mayores negocios y utilizaba a los cosacos de la Federal y en última instancia al ejército para impedir que los Malatesta vernáculos les arruinaran la fiesta. Además de los sables y los máusers, contaban para eso con la ley 4144, la llamada Ley de Residencia debida al genio de Miguel Cané que autorizaba al Poder Ejecutivo a expulsar a los extranjeros que participaran en los conflictos obreros en el país.
El Estado contra el que despotrica la Sociedad Rural es un Estado al que se trató de dar vuelta de manera que, en lugar de garantizar las ganancias de Biolcati y el sometimiento de sus peones, mal o bien ha buscado nivelar la sociedad e impedir que el fuerte abuse del débil. Con toda claridad Biolcati anunció a los adormecidos argentinos que él y sus amigos pretenden volver a dar vuelta al Estado de manera que, metafóricamente hablando, el padre Grassi no vaya preso sino que sea designado secretario de Minoridad.
La infame ley 4144
En el país que no añora sólo el millonario Biolcati sino también Binner, Giustiniani y otros socialistas pavotes, muchos extranjeros desagradecidos no apreciaban el paraíso en la tierra del feliz “granero del mundo”. Los criollos tampoco, dicho sea de paso.
Jorge Devincenzi y Julio Fernández Baraibar aclararon oportunamente que “el mundo” no fue alimentado por las carnes y los granos de la pampa húmeda y que el paraíso de la oligarquía fue el infierno de los cualquiera: los hechos de la Semana Trágica y la rebelión de los peones patagónicos son apenas dos de los muchos botones que sirven para la muestra. En ambas participaron criollos e inmigrantes, “los sacrificados italianos, españoles y alemanes, turcos, polacos, vascos y franceses que forjaron el progreso argentino” pero que cuando reclamaban por sus derechos merecían la excomúnica de la Ley de Residencia y eran expulsados del país después de blanquearse una temporadita en el sur.
Fuera de este foco de extranjería infecciosa que eran las grandes ciudades, específicamente Buenos Aires, los inmigrantes también armaban alboroto en la mismísima pampa húmeda: el “grito de Alcorta”, que dio origen a la Federación Agraria, fue protagonizado por medieros (chacareros o colonos) en su mayoría extranjeros o hijos de inmigrantes que trabajaban a porcentaje algunas parcelas de los latifundios cuyos propietarios, nucleados en la Sociedad Rural Argentina, constituían la próspera clase dirigente de un país vuelto colonia británica.
La conformación y unificación de esa clase dirigente fue un proceso largo y sangriento que consumió prácticamente todo el siglo XIX. Bien El paraíso de la oligarquía fue el infierno de los cualquiera: los hechos de la Semana Trágica y la rebelión de los peones patagónicos son apenas dos de los muchos botones que sirven para la muestra.podría decirse que la Ley de Residencia fue el equivalente “moderno” del decreto del 30 de agosto de 1815 conocido como Ley de Vagos, dictado por el Gobernador Intendente de Buenos Aires, para el que todo hombre de campo que “no acredite ante el Juez de Paz tener propiedades debe llevar la papeleta de su patrón, visada cada tres meses”. De otro modo, “será vago y en consecuencia cumplirá cinco años de servicio militar”. Ese vago, ese peón rural sin empleo, condenado por “la ley” a servir sumisamente al patrón o al juez de paz, además de inspiración para José Hernández, será la base social y la fuerza militar del artiguismo y de ahí en más, de todas las rebeliones populares hasta el último de los levantamientos de López Jordán en la banda occidental del Uruguay y la casi póstuma montonera de Aparicio Saravia en la República Oriental.
Pese al palabrerío de algunos que tienen tanto de imprudentes como de ignorantes, ese federalismo del siglo XIX, esa rebelión del interior rural proteccionista contra el puerto librecambista de Buenos Aires, fue un fenómeno de origen y propósitos exactamente opuestos a los que persigue el boicot con que los cerealeros extorsionan al conjunto de la sociedad nacional. Pero no sólo su origen y propósitos eran opuestos sino que también lo es su misma base social, reclutada en un caso entre los primeros expulsados del proceso de concentración de la propiedad rural y en el otro entre los favorecidos por la última vuelta de tuerca de ese mismo proceso de concentración.
Y ya que hablamos de imprudentes e ignorancia, la de Alfredo De Ángelis no tiene casi parangón, excepto de comparársela con la de los periodistas que lo entrevistan, ya que ninguno hace el menor amago de aclararle el punto. El lenguaraz de la Federación Agraria, que para colmo es entrerriano, rebuzna que las retenciones no son “federales”. Parece no haber entendido que justamente el manejo por un gobierno central de la aduana, de los derechos de comercio exterior y de las relaciones internacionales, así como de conducir a las fuerzas armadas, son los pilares básicos en los que se asienta el federalismo, ya que sirve para conformar una autoridad que, por tradición, nosotros llamamos “nacional” y los norteamericanos denominan “federal”.
La constitución de 1853, consecuencia directa de la batalla de Caseros, fue el primer “momento” del proceso de construcción de esa autoridad. De no haber sido así, los derechos de aduana los seguiría cobrando la provincia de Buenos Aires.
Capaz que es eso lo que quiere De Ángelis...
Lunes, 24 de agosto de 2009