Por Teodoro Boot
PARTE 2: Adelanto en exclusiva un capítulo del próximo libro sobre la historia del conflicto entre la Argentina agroexportadora y el proyecto industrial de país que prepara la Editorial Punto de Encuentro. Del mismo modo que el feliz granero del mundo necesitó imperiosamente de coroneles como Varela y Ramón Falcón, para la Arcadia de Biolcati se harán necesarios los “Fino” Palacios. El paraíso terrateniente no resistió una vez que los habitantes llegaron a tres millones; ¿cómo imponerlo ahora cuando somos cuarenta?
Debido a la extención del mismo www.surcorrentino.com.ar lo publicará en tres tramos.
Revista Zoom
Sexo explícito
Así como la complicidad de los grandes medios de comunicación prescindieron de aclarar que la victoria de Macri en la ciudad de Buenos Aires es, en porcentaje de votos (32%), equivalente al revés oficialista en el país, a los ojos de las mayorías ocultaron el carácter pornográfico del discurso de Biolcati en el acto de inauguración de la muestra de la sociedad rural. Biolcati se desnuda completamente y con él se desnuda una clase que alardea de haber hecho el país, cuando lo ha deshecho.
¿Cuál fue el origen del decreto de 1815 sino el empobrecimiento popular a raíz de la “apertura de los mercados” para “modernizar” a las Ese federalismo del siglo XIX, esa rebelión del interior rural proteccionista contra el puerto librecambista de Buenos Aires, fue un fenómeno de origen y propósitos exactamente opuestos a los que persigue el boicot con que los cerealeros extorsionan al conjunto de la sociedad nacional.Provincias Unidas y en realidad favorecer al capital inglés? La “libertad de comercio” pregonada por la clase propietaria de Buenos Aires destruyó las producciones locales del interior del país y precipitó una serie casi interminable de rebeliones populares contra la oligarquía mercantil del puerto, comenzando por la revolución de los orilleros porteños en 1811 hasta la ya mencionada de Ricardo López Jordán, derrotado finalmente en 1873. Fue una larga guerra civil de la que, con las batallas de Caseros y Pavón, salió victorioso el sector de la clase latifundista ligado al comercio internacional. Fue poco después que durante el gobierno de Avellaneda comenzó el debate en torno a la industrialización y además de la austeridad económica se promovieron medidas proteccionistas y de atracción de inmigrantes, en tanto el proyecto industrializador requería de mano de obra calificada.
Avellaneda fue sucedido por Roca en 1880, en momentos en que se conjugan dos factores que recuerdan al momento actual: en primer lugar, la necesidad británica de congelar los salarios industriales como parte del proceso de acumulación de capital indispensable para el salto tecnológico conocido como “segunda revolución industrial. ¿Qué mejor forma de congelar los salarios fabriles sin ocasionar graves perjuicios socio-económicos que bajando el costo de los alimentos, básicamente granos y carnes?
Los propietarios rurales encontraron así un mercado cuando los adelantos técnicos impulsaron una utilización más “racional” (más “capitalista”, en realidad) de la explotación agropecuaria: el alambrado que permitió apotrerar, el molino que liberó a los potreros de su dependencia con las aguadas naturales, la introducción del eucaliptus –resistente a la hormiga y a la competencia de las gramíneas– con el que se pudieron armar montes artificiales para que la hacienda se refrescara. Junto a esto, la aparición de las primeras cosechadoras a vapor y el tendido de la red ferroviaria, no en vano adoptando “la forma de una telaraña que sujeta al país y le extrae sus riquezas”. Si a estos factores añadimos la renta diferencial de la ganadería primero y luego de la agricultura en la pampa húmeda (producto de las condiciones geográficas y ambientales y de la superexplotación de la mano de obra) y los términos de intercambio ventajosos para Inglaterra (en tanto el valor de los artículos manufacturados suelen subir por el ascensor mientras los de las materias primas lo hacen por la escalera) la clase propietaria rural se vio en una auténtica Arcadia: un comprador tan millonario como insaciable y una pampa fértil que parecía infinita. Pero que no lo era, naturalmente, y de ahí que el modelo agro-pastoril empezaría a agotarse a partir de la segunda década del siglo XX, cuando se detiene la expansión de las tierras productivas y la población nacional se multiplica debido a la gran inmigración. El modelo agropecuario entra en crisis, y sin haber dejado nada, más que las mansiones de una oligarquía decadente que en su apogeo había sido inusualmente estéril. No en vano años después André Malraux describiría la ciudad de Buenos Aires como “la capital de un imperio que jamás existió”.
En el campo, las espinas
La Arcadia de Biolcati, el granero del mundo que añoran pavotes y vivillos, era un infierno en las ciudades, pero resultó mucho peor en el medio rural, ya que fue entonces que se inició el proceso de migración hacia los centros urbanos, que jamás se detuvo.
La estancia primitiva se abocaba básicamente a la ganadería extensiva. Ese latifundio, la mayor parte conquistado a punta de pistola o con la La clase propietaria rural se vio en una auténtica Arcadia: un comprador tan millonario como insaciable (Inglaterra) y una pampa fértil que parecía infinita.ayudita del ejército de línea, el juez de paz y el catastro (maravillosa “invención” a partir de la cual Justo José de Urquiza se transformó en el mayor propietario de Entre Ríos simplemente usurpando “legalmente” –inscribiendo como propios y de sus amigos y parientes– la mayor parte de los campos de la provincia), esa estancia primitiva, decíamos, venía con gente incorporada, “intrusos” que habían armado sus ranchos y ahí vivían, de generación en generación, con sus changas, su tropilla, su majada y el aporte a la economía familiar de la mujer, costurera, curandera, comadrona o lavandera. La única obligación con el propietario era participar en la yerra o ayudar en los arreos, estando disponible para la esquila y otras labores estacionales. No es difícil imaginarlo: basta con remontarse hasta ayer nomás a Santiago del Estero antes del desmonte a mansalva y la sustitución de la alfalfa por soja, que no requiere más mano de obra de la que proveen los contratistas. La consecuencia: la expulsión de las familias que habitaban esos montes desde tiempos de la colonia, viviendo tal como vivían los habitantes rurales en Buenos Aires, La Pampa, sur de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos antes del frigorífico, la introducción de la razas inglesas, el consiguiente refinamiento de las haciendas y una explotación más intensiva, con potreros más chicos.
Dice Arturo Jauretche en Los profetas del odio (Paysandú, 1956):
“Aparicio (Saravia) cayó en Masoller en 1904.
¿Todo terminó porque murió Aparicio? ¿Por la
sabiduría de una legislación nueva? ¿Por el
aumento de la cultura general? No. Aparicio murió
con su época, que es la de la economía patriarcal.
”En Paysandú hay unas rancherías donde asentó
el último escuadrón de Masoller, que ya no tuvo
estancia para el retorno. Estos se fueron del campo
gloriosamente. Nuestros paisanos se han ido uno
a uno, tristemente, sin ruido y sin desgarramientos,
como hilacha de poncho.
Recuerdo haber leído de chico los avisos:
"Se avisa que en la estancia tal hay majadas y
tropillas que deben ser retiradas. De no, se echarán
a los caminos". Como a sus dueños.”
Y sigue más adelante:
“Cuando cada hectárea representa un novillo, y el
novillo es un valor económico, hay que desalojar a
los intrusos. Está bien; es la lógica de la economía
que es la lógica de la historia. Sin embargo, es el
momento de resolver el problema de los hombres
a quienes la transición económica ha dejado fuera
del cuadro. Pero no se hizo, ni siquiera nadie se
anotició del problema; crear actividades productivas
para esos hombres hubiera sido alterar los planes
previstos en la economía pastoril programada para
la Argentina.”
Jauretche hablaba del granero del mundo, del país de inicios del siglo XX. Reemplácese “novillo” por soja y tendremos la pintura de la Arcadia que nos ofrece Biolcati.
Miércoles, 26 de agosto de 2009